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Las alas de Titika

La torre del pájaro

LAS ALAS DE TITIKA
20/06/2025 11:51

La vi. Me detuve, no hice nada. Quería saludarla, intercambiar novedades, contarle lo que estaba escribiendo y leyendo. No perder la oportunidad de que me dijera algo, de que me ampliara su idea de la última vez cuando habló sobre el tema. Había sido tan clara y elocuente que me embelesé y no tomé notas. No hice nada. La seguí observando. Allí estaba. Eligiendo unas flores, pensé. Las veía con deleite, les buscaba el ángulo. “Este color ya lo tengo”. Se acercaba. Se alejaba. Tocaba las hojas. Intercambiaba palabras con la joven empleada. “¿Cuánto cuesta?” Levantaba la maceta. “¿La podré hasta la casa”?

Me senté en una banquita de fierro y seguí. Qué casualidad. Recién habían compartido, en un grupo de colegas, un poema que su madre escribió para ella; para quién más si se titula como ella, Marianne, la niña de sus ojos. Una carta donde busca el consuelo de la inocencia. En éste dice: Después de leer tantas cosas eruditas ⁄ estoy cansada, hija ⁄ por no tener los pies más fuertes.... ⁄ perdona este reniego pasajero ⁄ al no encontrar mi ubicación precisa ⁄ y pasarme el insomnio acodada en la ventana cuando la lluvia cae... ⁄ Tú sabes que nacimos desnudos, en total desamparo ⁄ y no te importa ⁄ ni te sorprende el nudo de sombra que descubres... ⁄, de Enriqueta Ochoa, su madre poeta. También ella poeta.

¿Se heredan las palabras, el mirar, los sentires? Ambas poetas. Ambas premiadas y muy queridas. Yo la veía, y pensaba en su madre, en lo que escribiría al verla tan presta en las matas —como decimos en muchos lugares—, no sé si Enriqueta habría dicho matas, mi abuela y mi bisabuela sí. Cambió de puesto, sus movimientos eran como su voz, suaves, iguales que sus palabras, pensé. Se iba, me acerqué. Nos abrazamos y compartimos el gusto después de tanto tiempo. No hubo manera de decirle lo que quería, eso que hablamos sobre el espiral. Intercambiamos el placer de recorrer los Viveros. Le pregunté si había encontrado lo que quería. Sí. Ella iba por un tipo de albahaca. Yo por una sávila. Entramos en temas hogareños y mundanos, al final, como suelen ser los encuentros mágico-poéticos, esos que se presentan y te dejan a medias como anticipando la necesidad del reencuentro, pasamos a su poesía.

De su bolso sacó un libro. “Mira, lo acabo de recibir”. Era su poemario recién publicado y presentado en Torreón, Coahuila, de donde es originaria. El encuentro no pudo haber sido más perfecto. Ese vuelo estaba destinado para mí, era el único ejemplar que llevaba. El obsequio se dio como se dan las aves y los colores. Salí de los Viveros sin mi sávila —eran gigantes— pero con el alma enriquecida por el encuentro con la poeta y su obra. Ayer recordé a Marianne al saber de su presentación en el Centro Cultural Jaime Torres Bodet, del IPN, donde la presentó el también poeta, Óscar Manuel Quezada. La torre del pájaro, (Colección Viento y Arena, 2024), ha emprendido su propio vuelo para mostrarnos su canto. Cincuenta y un páginas de poesía donde se une la búsqueda de lo sagrado con lo humano. Versos cortos. Vuelos de pájaro que desde su cautiverio nos muestran su voz, una voz que igual nos ancla y nos invita a vernos desde el sitio propio, esa torre que cuesta trabajo abandonar. El pájaro que no quiere cantar ⁄ pierde las coordenadas del vuelo. ⁄ La pavada lo olvida... Vamos a llorar, madre ⁄ vamos a llorar como lo pediste ⁄ encerradas, doblando la cerviz ⁄ Voy a incrustar en la argamasa de estas piedras ⁄ como un grano de sal, perdido ⁄ mi nombre en las murallas.

Nada es casualidad, dice el poeta. La poesía de Marianne Toussaint es tan precisa y bella que La torre del pájaro ha abierto su largo aleteo indómido, insumiso y libertario. ¡Enhorabuena!, querida Marianne.

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