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Clandestino

Entre el canto de la naturaleza se cocina la droga de Sinaloa

El camino por la salida sur de Culiacán estaba marcado por retenes que señalaban los primeros signos de una guerra que apenas comenzaba a dejar cicatrices
19/06/2025 20:50

Ese aroma de la sierra se rompe con una peste química que quema la nariz, seca la lengua y revuelve el estómago. En medio del monte, donde crecen guayabas y hierbas silvestres, el narco instaló laboratorios para fabricar droga sintética. La naturaleza y el crimen comparten ahora el mismo aire.

Bajo un sol que parecía derretir la tierra y con un aire tan seco que quemaba la piel, el Ejército Mexicano salió a las 11:00 de la mañana desde la Novena Zona Militar.

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El camino por la salida sur de Culiacán estaba marcado por retenes que señalaban los primeros signos de una guerra que apenas comenzaba a dejar cicatrices.

Al llegar a El Salado, dejaron el asfalto para internarse por calles polvorientas y sin pavimentar, entre el polvo que se levantaba a cada giro. Siguieron luego los senderos que los productores locales usan para sus tierras de cultivo, adentrándose en la sierra hasta alcanzar el escondite donde operaban los laboratorios clandestinos.

En ese lugar, el Ejército descubrió un laboratorio móvil de producción de drogas, casi sacado de una escena de Breaking Bad, pero sin la ficción ni el glamour de la televisión.

Junto a él, un laboratorio fijo con cuatro reactores químicos que operaba a toda marcha, capaz de producir al menos una tonelada diaria de metanfetamina, conocida como cristal.

Según el teniente coronel Reyes Barraza, esta droga tiene un valor en el mercado de Culiacán de al menos 100 mil pesos y era operada desde hace tres meses por al menos 25 personas.

El laboratorio móvil estaba empotrado y soldado en un remolque abandonado. Adaptado para la producción clandestina, contaba con tres reactores químicos y condensadores metálicos, además de quemadores dispuestos para ser conectados a un tanque de gas.

Alrededor del remolque, el Ejército encontró guantes, embudos y grandes contenedores de plástico para mezclar precursores químicos.

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Los “cocineros” improvisaron una canaleta circular con lonas negras para captar agua, y en el lugar había cuatro ollas, mandiles manchados, botellas de cerveza vacías y pinzas de presión.

Elementos castrenses se enfundaron trajes especiales para entrar al laboratorio y tomar muestras. Entre los químicos detectaron fenilacetona, poliestireno y trifenilmetano.

La cocina completa en la sierra de Sinaloa.

COSALÁ, LA PRE-COCINA

— ¿Huelen? El lugar está allá atrás. — Le dice un soldado al otro, señalando con el mentón hacia el monte.

El camino hacia la comunidad de San Miguel de las Mesas, en Cosalá conduce a una zona árida, de tierra quebrada y vegetación rala. Antes de adentrarse en lo más cerrado del monte, la última parada fue un claro donde pastaban decenas de vacas, ajenas a todo. Más allá, no hay señal visible, solo la nada.

La vegetación se cierra y el olor químico empieza a mezclarse con el polvo y el sudor. Ahí, entre el silencio y la maleza, se almacenan las sustancias para cocinar la droga.

“Son utilizadas para llevar a cabo los procesos de los laboratorio y llegar al fin que es la producción de la metanfetamina”, dijo el Coronel.

En el epicentro de la zona de concentración, se observan decenas de contenedores de plástico azul apilados entre la maleza, algunos vacíos, otros manchados.

Hay tres pares de botas de trabajo abandonadas, mangueras negras enredadas como serpientes interminables, un cilindro de gas a un costado y guantes azules tirados sobre la tierra. Entre todo eso, bolsas de Sabritas rotas y montículos ennegrecidos delatan lo que parece ser plástico quemado.

Más adelante, entre árboles más cerrados, otra zona de concentración de químicos. En un arroyo seco, hay al menos cinco contenedores tinto, uno de ellos aún humeaba, desprendiendo vapores de una sustancia no identificada.

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Varias máscaras antigás colgaban de las ramas, como si hubieran sido dejadas a toda prisa.

En el suelo, costales de sosa cáustica abiertos, más guantes de látex sucios y varios cilindros azules completaban la escena. El olor era más intenso, casi sofocante, y el calor parecía amplificarlo todo.

Un cuervo lanzó su canto áspero desde lo alto de un cactus. Solo y quieto.

A tan solo un kilómetro, se encuentra el Rio San Lorenzo.

“Ellos no tienen ese cuidado, llevan a cabo el desecho hacia los mantos acuíferos, por ende hay una contaminación”, expresó el Teniente Coronel.