El palacio de los sueños y el insomnio de la democracia

09/08/2025 04:01
    Hay rincones del mundo donde los sueños siguen siendo monitoreados, donde la libertad es temida y la disidencia criminalizada. México, cada vez más, se parece a ese reino imaginado por Kadaré.

    En alguna región sombría de la ficción, Ismail Kadaré imaginó un imperio donde los sueños eran confiscados. En El palacio de los sueños, los ciudadanos no eran dueños ni siquiera de su inconsciente. Una burocracia orwelliana recolectaba, transcribía y clasificaba los sueños, con el fin de detectar cualquier atisbo de disidencia, cualquier deseo de libertad, cualquier imagen que pudiera poner en peligro al poder. Los sueños eran considerados una amenaza. Soñar diferente era un acto subversivo. Pensar, imaginar, desear, era conspirar.

    En ese mundo no tan lejano del nuestro, los más perseguidos eran los jóvenes. Ellos, con su inquietud insaciable, con su hambre de futuro, representaban la mayor amenaza para un orden que se alimenta del conformismo y la resignación. El palacio de los sueños no era sólo una máquina de vigilancia: era un dispositivo para robar el porvenir, para vaciar de sentido el deseo de transformación.

    Kadaré en México

    Ojalá ese palacio sólo existiera en los cuentos. Pero no. Hay rincones del mundo donde los sueños siguen siendo monitoreados, donde la libertad es temida y la disidencia criminalizada. México, cada vez más, se parece a ese reino imaginado por Kadaré. Un país donde el poder se vuelve sordo a las demandas ciudadanas, pero obsesivamente vigilante de quienes piensan distinto. Un país donde el partido en el gobierno ha dejado de ser un movimiento para convertirse en una maquinaria de control.

    Dos episodios recientes revelan esta patología:

    1. La asfixia de la organización ciudadana. Cada seis años, la ciudadanía tiene el derecho de formar nuevos partidos políticos. Un proceso legal, legítimo y vital para la pluralidad democrática. El 19 julio pasado, la agrupación ciudadana Somos MX, crítica al Gobierno, intentó realizar una asamblea distrital en instalaciones deportivas ubicadas al sur de la Ciudad de México. Pero el Secretario de Agricultura, Julio Berdegué, ordenó que se impidiera la reunión. Un centro deportivo público, transformado en trinchera del autoritarismo. El Estado, que debería proteger el derecho de asociación, se convirtió en su verdugo. Y todo porque un grupo de ciudadanos intentaba ejercer sus derechos políticos.

    2. La defensa de lo indefendible. Adán Augusto López, Senador y figura del oficialismo, fue señalado por su cercanía con Hernán Bermúdez Requena, ex Secretario de Seguridad de Tabasco, presuntamente vinculado con el crimen organizado. En lugar de deslindarse, el partido en el poder intentó cerrar filas en su defensa. No todos acudieron al llamado. Pero el hecho es revelador: el aparato oficial se moviliza no para proteger a la ciudadanía, sino para blindar a los suyos, incluso si pesan sobre ellos graves sospechas. Y la paradoja más inquietante: las filtraciones sobre los vínculos delictivos provinieron del propio régimen. El Leviatán se devora a sí mismo.

    El palacio de los sueños ha llegado, y ha entrado por los pasillos del poder. Ya no hace falta confiscar sueños mientras dormimos; basta con vigilar las redes, infiltrar asambleas, silenciar periodistas, y asfixiar a las nuevas voces que intentan emerger.

    Como Kadaré, sabemos que el verdadero objetivo de estos regímenes no es solo gobernar, sino perpetuarse. No se trata solo de administrar, sino de colonizar la conciencia. Por eso molesta la crítica, por eso incomoda la autonomía ciudadana, por eso se persigue a quienes sueñan con un país distinto.

    El palacio de los sueños va por Adán Augusto

    Pero lo más alarmante es que la maquinaria ya no distingue entre enemigos externos e internos. El poder, al concentrarse sin contrapesos, termina sospechando de todos. Los mismos operadores que construyeron un superpoder ejecutivo hoy son sus víctimas. Como en toda distopía, el monstruo se vuelve contra sus creadores. Adán Augusto, el que fuera brazo derecho del Presidente, es ahora blanco de sus propios fantasmas. El sueño de control absoluto se transforma en pesadilla.

    ¿Hasta dónde llegará la cadena de complicidades? ¿Qué queda cuando el Estado se convierte en centinela de sí mismo, cuando ya no hay oposición visible porque toda disidencia es sospechosa? La respuesta está en la historia. El imperio del palacio de los sueños también cayó. Porque los sueños pueden ser vigilados, pero no aniquilados. Porque los jóvenes, los críticos, los valientes, siempre terminan por romper los muros. Y aunque hoy parezca que la noche se extiende, recordemos: no hay noche eterna. Incluso en el palacio más blindado, puede colarse un sueño subversivo.

    Que sueñen los jóvenes. Que sueñen los ciudadanos. Que sueñe la República. Porque de los sueños, a veces, nacen las revoluciones.