(Segundo episodio)
Mi hijo me llamó para saber sobre mi salud e invitarnos a desayunar. Salimos del consultorio rumbo a un restaurante muy gourmet. Él llegó con cuatro de sus hijos.
Nos tomamos la foto del recuerdo, ordenamos los alimentos, nos sirvieron y el último en recibir el suyo fue mi nieto más pequeño, cuando la mesera le presentó su platillo dijo asombrado: “Eso yo no lo pedí”. “Sí”, le contesta la mesera. “Que no”, reafirmó él, “Eran 2 huevos y 2 tortillas”. “Por eso, eso es”, “No, esas son sopitas con huevo”, ya enfurecido respondió el niño.
Fue un problema de comunicación: no hubo relación del significado con el significante y surgió otra idea o concepto. En fin, traté de solucionarlo pidiéndole que le trajeran de nuevo su platillo y se volvió a equivocar la mesera, trayéndoselos revueltos. Nunca entendió la forma, ella solo comprendió el fondo.
Para intentar calmarlo le dije: “Hey, cómetelos así, no pasa nada, se ven ricos”.
-¡No, no, no me entienden, no es lo que yo quería!
”Sí -le contesté-, pero a veces la vida nos da cosas que no queremos y las tenemos que aceptar...
Mira, hay muchos niños que no tienen la oportunidad de ir a un restaurante; también hay niños que se están muriendo en Gaza por la guerra y no tienen que comer”.
En ese instante, mi otra nieta hizo a un lado el plato, casi llorando. Tapándose el rostro, espetó: “Ya no puedo comer, me acordé de unos niños desnutridos que vi en las noticias, siento mucho dolor y asco”.
¡Qué desayuno!, tratando de arreglar a uno desconchinflé a otra.
Nos retiramos del lugar. Mi cumpleaños continúa con falsa comunicación.