@rodolfodiazf
El miedo siempre ha sido mal consejero. Es cierto que es sabio prestar oído a un sensato temor, pero no se debe permitir que se vuelva en fobia que conduzca a la inacción.
Los discípulos le gritaron a Jesús en medio de la tempestad que zarandeaba la barca: “Sálvanos, Señor, que perecemos”, pero no hicieron nada por tratar de controlar la endeble embarcación. Toda su reacción consistió en llenarse de pavor e implorar auxilio, como niños indefensos. Por esta razón, los increpó Jesús llamándolos “hombres de poca fe”.
¿Qué hacemos nosotros ante los problemas y dificultades que se presentan en nuestra vida? ¿Los encaramos y afrontamos? ¿Permanecemos inactivos? ¿Nos paraliza el miedo? ¿Nos estrangulan el temor y la desesperación?
Alejandro Jodorowsky escribió un cuento que tituló la hormiga cobarde, acerca de un animalito que caminaba junto a su mamá. “Una hormiguita sale a buscar alimento junto con su mamá. Marchan por un desierto. A un kilómetro de distancia, la pequeña ve un árbol. Dice, angustiada: «¡Está muy lejos, nunca podré llegar! ¡Moriré de hambre!». La madre le responde: «Piensas mal, no desees llegar al árbol, comienza simplemente por caminar, no te propongas llegar, proponte solo avanzar, así llegarás a donde quieras».
Lo mismo puede sucederle a cualquiera de nosotros. El desánimo ante lo difícil de la empresa arremete en cualquier momento. En lugar de pensar que cada paso acerca más a la meta, la desesperación puede obnubilar el ánimo para que la persona se declare impotente de conseguir el objetivo.
“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo”, dijo Nelson Mandela.
¿Venzo el miedo? ¿Soy valiente o cobarde? ¿Actúo o me paralizo?