Trump en México

Carlos Calderón Viedas
09/02/2025 04:02
    Desde luego que no es admisible que fuerzas militares de cualquier otro país pisen el suelo nacional al amparo de una ley extranjera en la que nada tiene que ver México, sin embargo, es innegable que los cárteles han impuesto su dominio en extensas zonas de la geografía nacional, controlan caminos, pueblos, rumbos citadinos, negocios de particulares, extorsionan y cobran presencia en múltiples rubros de las economías locales.

    No me parece que una persona media con el maxmin de sentido común considere viable que Estados Unidos recuperará en cuatro años toda la grandeza que logró alcanzar en dos siglos y medio, aun lo prometa el destrampado Presidente que reasumió el cargo este año, rueda de molino que fue digerida por la mayoría del pueblo norteamericano quien con sin igual alegría le dio su voto para que llegara a la Casa Blanca de nuevo. Seguramente que no solo débiles mentales lo hicieron, menos en un país cuya población entre 25 y 64 años ha terminado la educación media superior, amplia base social que da un marco perfecto a los 385 premios nobeles que país alguno haya recibido, personajes formados en los centros universitarios de excelencia más sobresalientes del mundo, varios de ellos localizados en Estados Unidos.

    El doble consentimiento de la ignorancia y del saber interesado ha hecho creer, en la mayoría de nuestros vecinos, que ser grandes otra vez es cuestión de un pecho alzado, el ceño fruncido, la voz estentórea y una mirada de fuego, imagen que recuerda el estereotipo de los héroes de los comics que luchan contra las fuerzas del mal. Seguramente que la realidad develará la real imagen del impostor a los ojos de su pueblo y ya cada uno asumirá lo que habrá de venir, nada bueno, ciertamente, puesto que el magnetismo de Trump pausa la razón entre sus adeptos, o sea, como la mentira dura hasta que la verdad llegue, cuatro años no son tan largos.

    A pesar del peligro que Trump representa, dado el poder efectivo que detenta, vaya usted a saber si no es solo una representación ahora en cartelera con los actores de reparto Canadá y México. La imagen por proyectar es la de un personaje de gestos duros, lances oratorios inflamantes y zapatazos en el suelo. Se sabe fuerte con los adversarios que escoge, gigante con pies de barro que no deja de ser un adversario temible frente a México, incluso Canadá y no se diga Panamá.

    A Trump no le importa exhibir su mendacidad galopante, tampoco le interesa convencer con argumentos serios y pruebas inobjetables con el fin de abrir una ruta de negociación, prefiere montar escenarios de sometimiento. A él no le interesa que le respeten, busca que le teman. Hasta aquí con el monstruo de pacotilla, es decir, un tipo vulnerable que busca ocultar esa debilidad por medio de desplantes rijosos.

    No se espere que el detente de Trump llegue del exterior de Estados Unidos, surgirá por los mismos motivos de la lista negra que redactó, pero con derivaciones negativas que causarán problemas en los sectores productivos y económicos de cara al exterior, cuyas redes de valor se han configurado en una perspectiva global de más de tres décadas, en donde sobresalen los acuerdos comerciales acordados por Canadá, Estados Unidos y México a partir de 1994 y refrendados hasta la actualidad.

    La importancia histórica de esos acuerdos trilaterales es innegable para las tres naciones, excepto para los ciegos de ideología. Constituye el área de libre comercio más grande e importante en el mundo, habitada por cerca de 500 millones de personas; el PIB regional asciende a 26 billones de dólares, lo cual representa el 18.3 por ciento global en tanto que el volumen comercial de divisas es de 6 billones de dólares, 15.9 por ciento a nivel mundial y segundo lugar en exportaciones (2019). Por lo que toca a los volúmenes dentro de la región, México es el segundo mercado para las exportaciones de Estados Unidos (15.7 por ciento del total) y su segunda fuente de importaciones (13.4 por ciento del total). Para Canadá, somos el tercer socio comercial, el quinto mercado de exportaciones y tercero en importaciones.

    Los términos del intercambio comercial entre los tres países se encuentran debidamente regulados por los tres socios, lo que todo mundo sabe, además que se actualizan cada cierto tiempo bajo criterios económicos, comerciales y laborales comunes.

    Es precisamente esta ostensible y fructífera realidad de la región norte de América a nivel global, la que Trump quiere echar a volar con el pueril argumento de que los socios comerciales de EU le deben mucho dinero. Sin embargo, es más fácil que vuele él ya que los intereses legales y legítimos del convenio trilateral se encuentran bien representados debido a las actualizaciones que sufre el acuerdo cada cierto periodo. ¿Aun así Trump hará lo que le dé la gana?

    La ola naranja que llegó a la Casa Blanca y arrolló en el Congreso tienen la fuerza política para gobernar con decretos o mediante leyes ad hoc o si fuera necesario con un manotazo de Trump sobre el escritorio, pero, hay que resaltar lo siguiente, el tiempo político de los legisladores naranjas es abierto mientras que el de Trump es cerrado. Haga lo que haga, su carrera política es de corto término, quizá no le alcance ni siquiera para hacer un buen gobierno sin grandes pretensiones, menos para recuperar una grandeza creada en un largo tiempo.

    Los electores de Trump ya no significan -tanto- como los del Legislador. Si las medidas disruptivas que intenta imponer se resienten en los consumidores norteamericanos, el sueño naranja se puede convertir en pesadilla puesto que si algo deja claro la política estadounidense es el rol, siempre atento y a veces decisivo, que la ciudadanía toma en ciertos asuntos públicos cuando son discutidos en las cámaras.

    En la agenda de Trump contra México resaltan, hasta ahora, el tráfico de drogas, particularmente el fentanilo, los cárteles mexicanos y los migrantes que llegan a la frontera norte desde el lado mexicano. La ruta de negociación de Trump ha sido empedrada con la violencia verbal que le caracteriza. El Gobierno mexicano ha tratado de compartir culpas, pero nada le conmueve. En el caso de los migrantes logró que la línea fronteriza del lado mexicano sea vigilada por las fuerzas armadas. No parece sea una solución efectiva y definitiva. En cuanto a los cárteles, Trump los ha clasificado legalmente como organizaciones terroristas con todo lo que eso implica en cuanto a la posibilidad de incursiones de los órganos de seguridad estadounidenses en territorio nacional. Desde luego que no es admisible que fuerzas militares de cualquier otro país pisen el suelo nacional al amparo de una ley extranjera en la que nada tiene que ver México, sin embargo, es innegable que los cárteles han impuesto su dominio en extensas zonas de la geografía nacional, controlan caminos, pueblos, rumbos citadinos, negocios de particulares, extorsionan y cobran presencia en múltiples rubros de las economías locales. Ante esa peligrosa realidad a los ciudadanos y familias solo nos queda cuidarnos, pero al Gobierno le toca resolver lo que bien puede considerarse el principal problema social y político que tiene México actualmente, la inseguridad.

    La agenda trumpiana se condensa en una sola palabra, poder, la fuerza de saber que posiblemente el mayor volumen de drogas ilegales que llegan a los mercados de EU es enviado desde México, que la red de traficantes mundiales tiene a México como puerta de entrada de sus productos, que son precisamente los cárteles mexicanos los que se encargan de dar este último paso, el más peligroso de todos, incluso más que la distribución y venta directa al consumidor gringo.

    El fentanilo reveló a la población norteamericana la cara más fea de las drogas, de aquellos jóvenes hippies icónicos de los años 60, libres y sin prejuicios que bailaban y cantaban fumando churritos de mota, hasta los homeless esperpénticos que ahora deambulan semi agónicos en los suburbios de las grandes urbes, hay un contraste aterrador, amarga lección aprendida que el oportunismo político aprovechó para encontrar cualquier otro culpable que no fueran esos pobres desgraciados, víctimas de las ambiciones de la delincuencia internacional y no de las debilidades de su propio pueblo.

    La maldad estaba hecha, los malos existen, solo faltaba el héroe salvador que acabara con esa indeseable realidad...en eso aparece Trump. ¡Saquemos a los malos de nuestro país! ¡No permitamos que vuelvan a entrar! ¡A vigilar nuestras costas, militaricemos las fronteras y hasta limpiemos las cárceles de esas razas malignas!

    México en Estados Unidos

    Nada aconsejable es responder al Gobierno de EU con el mismo lenguaje, sería un error del que México tiene poco o nada que ganar aún lo asumiera cantando el himno nacional a todo pulmón. Al ruido nacionalista de Trump no hay que responder con el propio. Los nacionalismos y los populismos se necesitan más allá de lugares e ideologías, hacen par en ocasiones trágicos si se agregan fuerzas militares. Si hubiera semejanzas entre nuestros países, en estos micro universos seguro ahí podrían encontrarse.

    México y Estados Unidos tienen presidentes populistas y autoritarios, desde luego con grados de influencia muy diferentes en sus naciones, pero con bases de sustentación en las masas. Adeptos que no se espera tengan opiniones propias, pero que hacen suyas las de sus respectivos mandantes. En el conflicto actual entre los dos gobiernos, no parece vaya a haber entendimiento. Lucha desigual de una nación imperial contra otra soberana sin más dominios que no sean los de su propios suelos y mares.

    Entre los estrépitos nacionalistas que cruzan la frontera de un lado a otro, una pregunta se cuela entre el ruido, ¿miente Trump con sus acusaciones a México?

    Trump miente sin recato, pero la mayor nocividad de sus palabras radica en la distorsión que hace de los hechos, el uso sesgado de los datos que maneja, en suma, su proclividad a falsear la realidad que ofrece a sus conciudadanos a los que hace creer que cuatro años son suficientes para regresar la grandeza a su país. Como ocurre con todos los populistas, rebautiza buenos a los que le siguen y a los demás los vuelve malos para hacer sentir a los suyos que Estados Unidos es un país del que todo el mundo se aprovecha. Retórica falaz que le sirve muy bien ya que consigue masificar a sus seguidores.

    A diferencia del pueblo norteamericano, los mexicanos posiblemente no estemos bien informados, pero tampoco somos fácilmente engañados. Nuestro país se ha hecho sobre verdades incompletas, de modo que así hemos aprendido a formar nuestras opiniones. No habrá forma de saberlo, pero sí de intuirlo. Quienes sí cuentan con información sobre los temas del conflicto, son los políticos encargados del gobierno y es a ellos a quienes les toca negociar estos asuntos. Si aún conociendo el problema no logran resolverlo, ya no sería por Trump sino por razones internas de la política mexicana.

    Mientras el llamado a la gloria siga retumbando en los oídos de Trump y el formulismo diplomático envuelva la única voz mexicana autorizada para tratar este problema, el problema parece no encontrar vías de solución, aunque no creo quede pasmado.