¿Si eres clase media, por qué tienes a tus hijos en el colegio más caro de la ciudad?
Tengo un buen amigo que, como yo, puede considerarse clasemediero: es profesionista y vive modestamente en una colonia popular de Mazatlán. En días recientes charlando y quejándonos de lo caro que se ha vuelto la vida actualmente, me contó que a pesar de eso paga a su hijo la secundaria privada más cara de la ciudad.
A veces se queja de que ya no puede salir a cenar o a tomar una cerveza porque la colegiatura se lo come todo. En seguida me confesó sin tapujos que lo hace no tanto por la calidad académica, sino porque ahí estudian los hijos de empresarios y políticos. Y su consuelo es: “Mira, si mi hijo se hace amigo del hijo de la Presidenta Municipal, yo con eso ya me doy por bien servido”.
Otra amiga tomó una decisión similar al inscribir a su hija en un colegio bilingüe, aun sabiendo que la primaria pública de su colonia tiene buenos maestros.
Su argumento fue claro y pragmático: “No quiero que mi hija acabe casándose con alguien pobre”. Entre risas, admite que la inversión no es en inglés, matemáticas o historia, sino en un círculo social donde los futuros noviazgos prometen mejores condiciones para su hija.
Investigando un poco sobre el tema, me he dado cuenta de que en México y en gran parte de América Latina, inscribir a los hijos en escuelas privadas no es únicamente una decisión pedagógica. Para muchos padres y madres, representa una inversión simbólica y estratégica: un boleto hacia una vida de mayores oportunidades, prestigio y reconocimiento social.
Se trata de un fenómeno que combina sacrificios económicos con expectativas de movilidad, y que merece ser conceptualizado desde las ciencias sociales.
Y es que, muchos padres ven en las escuelas privadas un espacio de formación de redes sociales y amorosas que pueden traducirse en capital relacional a futuro. El anhelo es que los hijos e hijas convivan, hagan amistades duraderas y eventualmente formen parejas con personas de familias de prestigio.
En esa lógica, la escuela es tanto un espacio de aprendizaje como un “mercado matrimonial y de contactos”, donde se siembran vínculos que podrían convertirse en oportunidades laborales, empresariales o, incluso, en alianzas familiares estratégicas.
Efectivamente, la sociología de la educación, ha mostrado que la escuela no es neutra, sino que transmite códigos culturales, reproduce jerarquías y filtra posibilidades de ascenso.
Sin embargo, en contextos como el mexicano, la educación privada adquiere un carácter peculiar: se convierte en símbolo de movilidad social aspiracional. No garantiza movilidad real -los datos sobre precariedad laboral de los profesionistas lo confirman-, pero alimenta el imaginario de que pagar una colegiatura es invertir en un mejor futuro.
Pero en realidad se trata de un espejismo de ascenso, he conocido muchas personas que estudiaron en colegios o universidades privadas muy costosas y no se refleja en su ocupación actual o en su cuenta bancaria. Y quizá ahí está el detalle: muchos padres creen que la colegiatura es un pase VIP al futuro, cuando en realidad es más parecido a comprar un boleto de lotería. Puede que toque la suerte de la movilidad, o puede que no.
Lo irónico es que la educación pública en México es de excelente calidad, y lo digo con certeza, porque yo me formé siempre en la escuela pública. Y aquí estoy: escribiendo estas líneas, con la convicción de que la escuela de mi barrio; aquella que no tenía paredes y el techo era de lámina galvanizada, no sólo me dio conocimiento, sino también conciencia y pensamiento crítico.
Es cuanto....