Hace unos días publiqué una columna que generó críticas desde ambos bandos políticos. Unos dijeron que me inclinaba demasiado a la derecha, otros, que me rendía sin matices a la izquierda.
Escuchar esas voces me dejó pensando en algo que va más allá de la coyuntura: ¿qué buscamos cuando debatimos, cuando opinamos, cuando escribimos? ¿Queremos tener razón o queremos encontrar la verdad?
No es una pregunta menor, nuestro cerebro, programado para ahorrar energía y sobrevivir, tiene un mecanismo natural llamado sesgo de confirmación, tendemos a ver, escuchar y aceptar aquello que confirma lo que ya creemos, y rechazamos casi automáticamente lo que nos contradice, no importa tanto si lo que tenemos enfrente es cierto, sino si coincide con el mapa que ya trazamos en nuestra mente. Es un atajo cognitivo cómodo, pero peligroso.
Tener razón nos da una satisfacción inmediata, es como un golpe de dopamina que refuerza la identidad y nos da la sensación de pertenencia, cuando alguien aplaude nuestro argumento en redes sociales o en la sobremesa, sentimos que hemos ganado algo, aunque en realidad no hayamos avanzado un solo paso en la comprensión del problema.
La política, el futbol y hasta las discusiones familiares funcionan muchas veces en esa lógica, más que entender la complejidad, queremos validar que estamos en el equipo correcto, defender la camiseta, aunque se caiga el estadio, es un instinto tribal, lo que importa no es el hecho, sino la lealtad.
En cambio, buscar la verdad es incómodo, implica detenerse, escuchar lo que no queremos escuchar y aceptar que quizá estábamos equivocados, exige humildad intelectual, la disposición a cambiar de opinión frente a la evidencia, y eso, en un mundo que premia la velocidad, los likes y las respuestas rápidas, resulta casi contracultural.
La verdad suele ser compleja, matizada, a veces incluso contradictoria, no cabe en un tuit ni se acomoda en los moldes ideológicos prefabricados. Requiere paciencia, esfuerzo y muchas veces nos confronta con algo que no esperábamos, que la realidad no responde a nuestras pasiones, sino a sus propias reglas.
Cuando la sociedad privilegia “tener razón” sobre “buscar la verdad”, el debate público se degrada, en vez de hablar de los temas que realmente importan, la educación, la salud, la violencia, la desigualdad, terminamos atrapados en peleas teatrales, discusiones banales o escándalos superficiales, los políticos lo saben y lo aprovechan, un pleito en el pleno del Congreso genera más titulares que una propuesta seria de política pública.
El espectáculo eclipsa el contenido, y lo hace porque engancha con nuestro sesgo de confirmación, queremos ver a “nuestro” político humillar al contrario, aunque nada cambie en la vida de los ciudadanos.
Claro, es más fácil señalar el problema afuera, pero lo cierto es que este dilema empieza en lo íntimo, en cada discusión con amigos, en cada post que compartimos, en cada noticia que elegimos leer, se juega esta elección, ¿lo hago para reafirmar que tengo razón o para acercarme un poco más a la verdad?
Yo mismo me lo pregunto ahora, al escribir, tal vez esta columna tampoco convenza a unos ni a otros, tal vez me acusen de tibio o de extremista, de ingenuo o de cínico, pero al menos quiero intentarlo, escribir no para ganar un debate, sino para invitar a pensar.
La próxima vez que te encuentres en una discusión, hazte esta pregunta, ¿estoy buscando la verdad o solo quiero ganar? Reconocer el sesgo de confirmación no lo elimina, pero sí nos hace un poco más conscientes de su poder.
Si seguimos alimentando únicamente la necesidad de tener razón, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en trincheras que no nos dejan ver el horizonte, en cambio, nos atrevemos a buscar la verdad, aunque duela, aunque incomode, quizá podamos empezar a construir una conversación más honesta, más humana y, sobre todo, más útil para el futuro que necesitamos.
Porque al final, tener razón nos da un aplauso momentáneo, encontrar la verdad, aunque sea parcial e incompleta, nos da la posibilidad de comprendernos mejor y de transformar lo que realmente importa.
Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.
Es cuánto.