La tormenta perfecta: tiranía y neoliberalismo

12/09/2025 04:00
    Defender la democracia hoy no es un acto heroico, sino un acto de supervivencia. Significa proteger las instituciones que garantizan que la voz de cada ciudadano cuente, blindar los procesos que nos permiten decidir nuestro destino y oponerse, con palabras y acciones, a la construcción de un poder sin límites.

    Hay épocas en las que la historia se desborda. Son tormentas que no anuncian el futuro, sino que revelan el pasado que regresa enmascarado. Entre el eco de los cañones matutinos y el murmullo de las plazas, entre el vértigo de las redes y el silencio de los archivos olvidados, crece una sombra que se desliza lenta, paciente, irreverente: la concentración del poder.

    No estamos frente a una marea pasajera, sino ante una tormenta perfecta: un régimen que, en nombre de la democracia, vacía a la democracia; que dice combatir el neoliberalismo y lo revive; que promete pluralidad y construye un monólogo. Todo esto ocurre mientras la sociedad, agotada y dividida, observa el cielo sin saber si resistir o resignarse.

    Pleonocracia: la tiranía de las mayorías

    Michelangelo Bovero llamó pleonocracia a esa mutación peligrosa de la democracia: un sistema donde la mayoría “autorizada” se convierte en dueña del Estado, no para gobernar para todos, sino para gobernar contra quienes piensan distinto. En la pleonocracia no hay monarcas ni emperadores; hay algo más inquietante: un pueblo fragmentado, manipulado y utilizado como legitimidad absoluta.

    Eso es lo que hoy vivimos. Desde la Constitución hasta las leyes secundarias, Morena ha reconfigurado el tablero institucional con un único objetivo: concentrar todo el poder en la Presidencia. En su diseño, la división de poderes es un estorbo, los contrapesos una molestia y el pluralismo una amenaza. Las elecciones ya no son un mecanismo para equilibrar fuerzas, sino la coartada perfecta para instaurar un régimen sin límites.

    El resultado es claro: un país donde la voluntad presidencial se confunde con la ley, donde las instituciones autónomas se marchitan, y donde las oposiciones son tratadas como intrusas en su propia casa. Esta no es la república que construimos. Es un país cada vez más ajeno.

    El retorno del neoliberalismo disfrazado

    En el discurso, se ataca al neoliberalismo; en la práctica, se lo respira. El clientelismo se ha convertido en la nueva forma de legitimar el poder. Dinero público entregado sin condición, sin proyecto, sin horizonte. Transferencias directas que desmantelan derechos y debilitan instituciones, mientras refuerzan la dependencia política y fortalecen al mercado (solo basta mirar la expansión de las farmacias con consultorios privados).

    Paradójicamente, eso es exactamente lo que el neoliberalismo planteó desde el Coloquio Lippmann de 1938:

    Un Estado fuerte, pero al servicio del mercado, protegiéndolo.

    Libertades económicas por encima de las libertades políticas.

    La contención sistemática de lo público: menos planeación, menos bienes comunes, menos servicios para todos.

    El régimen que prometió acabar con la herencia neoliberal lo ha resucitado. Ha creado una economía donde la ciudadanía se reduce a consumir, donde el Estado reparte pero no emancipa, y donde el poder presidencial actúa como el gran árbitro de los favores. En nombre de la justicia social se han privatizado la salud, la educación y la esperanza.

    La traición a
    la democracia

    El problema es más profundo que la contradicción ideológica. Se trata de una traición política: se ha manipulado el lenguaje democrático para construir una nueva autocracia. Los datos, los órganos autónomos, los contrapesos, la diversidad de voces: todo eso está siendo erosionado para consolidar un modelo donde el gobierno se confunde con el partido y el partido con la nación.

    Esta deriva no es un accidente. Es un proyecto. Una maquinaria que necesita ciudadanos agradecidos, no ciudadanos libres. Instituciones obedientes, no instituciones autónomas. Medios controlados, no medios críticos. En esta construcción, el futuro es una promesa hueca y el pasado, disfrazado de cambio, se instala en el presente.

    Resistir la tormenta

    Hemos visto esta historia antes, y siempre termina igual: con la lenta asfixia de la libertad. La pleonocracia promete estabilidad, pero entrega control; ofrece justicia, pero reparte privilegios; asegura democracia, pero sin ciudadanos.

    Defender la democracia hoy no es un acto heroico, sino un acto de supervivencia. Significa proteger las instituciones que garantizan que la voz de cada ciudadano cuente, blindar los procesos que nos permiten decidir nuestro destino y oponerse, con palabras y acciones, a la construcción de un poder sin límites.

    Porque las tormentas, como la historia, también pasan. Pero lo que hagamos ahora decidirá qué queda después de ellas: un país de ciudadanos libres o un territorio de súbditos obedientes.

    El emisario del pasado ya está aquí. El futuro, aún, depende de nosotros.