La relativización de la podredumbre política; contribución masiva al desfonde
En 2018, antes de las elecciones presidenciales en México, un alto funcionario de la ONU con experiencia en decenas de países en crisis de derechos humanos y dueño de una inteligencia excepcional, comentó que, de ganar la llamada izquierda, estaríamos ante una definición de proporción histórica, más allá del triunfo electoral mismo. Si la llegada de esa parte del espectro ideológico no modifica desde arriba la relación del poder político con la ley, subordinándolo a ésta, el País habrá confirmado la ausencia de alternativas auténticamente a favor del Estado de Derecho; la gravedad del hecho, dijo, sería inconmensurable.
El escándalo asociado a los señalamientos que podrían confirmar la gestión del crimen desde las más altas responsabilidades políticas y operativas en seguridad de Tabasco, me regresa a ese momento.
No sé qué hace más daño, la destrucción misma que el poder político de todos los colores hace del Estado de Derecho (ya sea por el involucramiento directo en la gobernanza criminal o por simular el compromiso con la ley sin hacer lo necesario para frenar la impunidad) o la relativización de la podredumbre política a manos de la inmensa mayoría de la sociedad.
El desfonde funciona en pinza: el poder político incluye el poder sobre la ley, mientras la sociedad gestiona todas las actitudes imaginables para tolerarlo. El Estado de Derecho es entonces un montaje político y social. Es una puesta en escena de tal tamaño que es posible decir lo que sea. Personas en la función pueden sin el menor asomo de vergüenza prometer que no habrá impunidad, mientras sus audiencias favorables -incluye los medios de comunicación- reproducen el autoengaño.
La putrefacción es un “proceso de descomposición”. Quienes tenemos acceso a testimonios internos a las instituciones públicas podemos trazar la ruta de la putrefacción institucional y sus sostenes desde la propia operación política e institucional y desde la permisividad social. No hay secretos en el resultado final, se sabe desde arriba y desde abajo que la manipulación de la ley es una oportunidad disponible.
Hay quienes ya hemos aprendido que sólo en casos nimios el ejercicio del poder público concilia la idea de autocontenerse y de aceptar la contención soportada en andamiajes de contrapeso formales e informales. No se entienden los límites legales como algo indisponible -el sino de nuestra historia política podría ser esto, de hecho. La Oposición en turno promueve el respeto a los límites -o eso simula- hasta que le toca gobernar.
La relativización masiva de la podredumbre incluye el “no es para tanto”, “no son todxs iguales”, “se están sentando las bases”, “se hace lo posible, no lo deseable”, “la culpa es de los anteriores gobiernos” y tantas opciones retóricas para validar el mismo lugar: la irresponsabilidad política y jurídica.
Pase lo que pase, sólo es responsable, si acaso, quien ha perdido en la correlación de poderes. Por eso el escándalo de Tabasco emerge ahora, no ayer cuando el poder político antes “ganador”, era parte de las redes de macrocriminalidad hegemónicas “del momento”. Lo que cambia entre gobiernos no es la relación con la ley, lo que se mueve son las hegemonías que la manipulan.
La evidencia está a la vista: desde la más alta responsabilidad política, hasta la más modesta, el ejercicio del poder incluye el poder sobre la ley. Los populismos ayudan a polarizar a las audiencias para que parezca que no son iguales. Los recursos digitales, lejos de informar una deliberación basada en esa evidencia, más bien facilitan la distracción. Millones de personas están convencidas de que, en efecto, unos y otros colores no son iguales, aunque cada una de ellas pase la vida confirmando lo contrario.
Ya recogí en un texto anterior el concepto de “equilibrio de alta criminalidad”. Explica bien lo que realmente sucede. Tuvo razón aquel funcionario de la ONU. Las alternancias no colapsan la podredumbre, más bien la reorganizan en relevos que se benefician de ella.
Es un montaje donde quienes encarnan los roles cambian, pero el guión es el mismo.