Cada 19 de septiembre, México revive una memoria colectiva que duele, pero también dignifica. Recordamos los terremotos que sacudieron al País: el de 1985, con una magnitud de 8.1 grados, y el de 2017, de 7.1.
Más allá de las cifras y la tragedia, ambos marcaron un antes y un después en nuestra historia social: revelaron la fuerza de una ciudadanía capaz de organizarse, resistir y reconstruir.
Como escribió Carlos Monsiváis, en medio del colapso institucional y la ausencia de respuesta del Estado, “la sociedad se convirtió en Gobierno”. Fue una toma de poder moral por parte de la ciudadanía, que no esperó instrucciones ni permisos, simplemente actuó.
En 1985, más de 7 mil personas perdieron la vida (aunque las cifras oficiales siguen en disputa), y miles quedaron sin hogar. Las imágenes de edificios colapsados, hospitales improvisados y manos escarbando entre escombros con desesperación siguen grabadas en nuestra memoria.
Pero junto al dolor también surgió una energía vital: la solidaridad espontánea, la organización vecinal, el coraje civil.
En 2017, aunque el impacto fue menor en términos de víctimas, el temblor dejó nuevamente ciudades heridas, viviendas colapsadas, escuelas destruidas y familias fracturadas. De nuevo, los ciudadanos fueron los primeros en llegar: voluntarios anónimos, jóvenes con cascos improvisados, brigadistas espontáneos, médicos, rescatistas, vecinos. Nombres como “La Pulga”, “Los Topos”, o simplemente “los de la esquina que ayudaban” se volvieron símbolo de esperanza.
Ambos sismos demostraron que México no es solo un país de tragedias, sino de personas que se levantan juntas. En esas jornadas, no fuimos sólo individuos: fuimos comunidad. Una comunidad que no esperó a que alguien más viniera a salvarnos.
Fue entonces cuando empezó a tomar forma la sociedad civil moderna en México: ese tejido de ciudadanas y ciudadanos que decidieron no quedarse sólo en la queja o en la exigencia, sino que empezaron a construir sus propias soluciones.
Como dice la consigna que nació de ese despertar: “No sólo protesta, también propuesta”. Desde entonces, la sociedad civil ha querido ser parte activa en las decisiones públicas.
Pero muchos gobiernos, de todos los colores, han intentado minimizar o excluir esa participación. Algunos ven la colaboración ciudadana como una amenaza, no como una oportunidad. En lugar de fomentar la participación comunitaria, promueven el clientelismo. Quieren individuos obedientes, no ciudadanos críticos y propositivos.
Recordar los terremotos de 1985 y 2017 no es sólo hacer memoria de una tragedia. Es reconocer el nacimiento de un actor social que sigue vigente: una sociedad civil que no se rinde, que se organiza, que propone, que resiste.
Porque desde los escombros no solo surgieron cuerpos rescatados. Surgió una rebeldía solidaria que hasta hoy sigue diciendo: aquí estamos, con protesta y con propuesta.
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El autor es director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción del Diálogo A.C.