La ciencia también es cuestión del lenguaje

22/02/2025 04:01
    La ciencia ha sido históricamente un espacio de hombres, no porque las mujeres no participaran o fueran ajenas a ella, sino porque fueron excluidas y eso se refleja en cómo hablamos y en quiénes hablan de ella.

    ¿Por qué nos resulta tan natural decir “hombre de ciencia”, pero “mujer de ciencia” nos suena tan extraño? La respuesta es simple: la ciencia no sólo se construye en los laboratorios y en los centros de investigación; también está definida por las palabras que la nombran. Durante siglos, el lenguaje científico ha reflejado de manera permanente una realidad: la exclusión sistemática de las mujeres.

    El lenguaje no es sólo una herramienta de comunicación, forma parte de las estructuras de poder. Lo que no se nombra, no existe. Lo que se nombra, tiene visibilidad. Por ello, nombrar o dejar de hacerlo, se vuelve crucial en el mundo y en el universo de la ciencia.

    La ciencia ha sido históricamente un espacio de hombres, no porque las mujeres no participaran o fueran ajenas a ella, sino porque fueron excluidas y eso se refleja en cómo hablamos y en quiénes hablan de ella. Durante siglos se ha asumido que el masculino genérico incluye a todas las personas, mujeres y hombres por igual, pero tanto la realidad como los estudios demuestran otra cosa. Si buscas en Google la palabra “científico”, la mayoría de las imágenes son de hombres vestidos con batas blancas, no mujeres. Esto no es casualidad: la ciencia ha invisibilizado a las mujeres de muchas y diversas maneras.

    Empecemos por el sesgo de género en la terminología científica. Las palabras que usamos en ciencia refuerzan una visión masculina del conocimiento. Por ejemplo, en biología, se ha enseñado durante décadas que “el óvulo espera pasivamente al espermatozoide”, cuando en realidad el óvulo es activo y selectivo en la fecundación. Algo tan simple como cambiar la narrativa de “un espermatozoide que conquista a un óvulo” a “un óvulo que elige el mejor espermatozoide” transforma por completo nuestra concepción de la biología, lo masculino y lo femenino.

    Otro clásico es el término “histeria”, derivado del griego hystera (útero). En la historia, sobre todo a mediados del Siglo 19, cualquier conducta femenina que desafiara las normas establecidas se diagnosticaba como un desorden psicológico vinculado al útero. Se consideraba una enfermedad mental propia de las mujeres cuyos síntomas eran variados: desmayos, insomnio, pesadez, espasmos, respiración entrecortada, pero sobre todo “tendencia a causar problemas”. No fue sino hasta 1980 que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA) eliminó oficialmente este término de su manual de trastornos mentales.

    Los sesgos de género en la ciencia no sólo están en la terminología, también se encuentran en la manera en que se diseñan los estudios. La mayoría de los ensayos clínicos en cardiología han sido realizados con hombres como sujetos de prueba, lo que ha llevado a que las mujeres reciban diagnósticos tardíos o tratamientos inadecuados para enfermedades cardiovasculares, a pesar de que estas son su principal causa de muerte. Entender esta diferencia es fundamental para prevenir los factores de riesgo tanto para mujeres como para hombres, sobre todo considerando que durante décadas se consideró que los problemas del corazón eran “enfermedades de hombres” y los síntomas en las mujeres se minimizaron e ignoraron, lo que llevó a diagnósticos equivocados y mortales.

    Imposible no tocar en la actualidad la cuestión de la IA. La inteligencia artificial está replicando la desigualdad de género en la ciencia. Los algoritmos de búsqueda, como mencioné al inicio, asocian automáticamente la palabra “científico” con imágenes de hombres y en plataformas como Wikipedia, las biografías de mujeres enfatizan su vida familiar más que sus logros académicos, mientras que las de los hombres están relacionadas con liderazgo, negocios y deportes.

    Si hablamos de asistentes de voz, como Siri y Alexa, nos encontramos con algo tan común que a pocas personas sorprende. Tienen nombres femeninos y desempeñan roles de servicio, mientras que las IA con funciones de liderazgo suelen tener nombres masculinos. En estas últimas encontramos a Watson y Leonardo, por mencionar un par. Esto no es algo menor, refleja percepciones naturalizadas e inconscientes: la idea de que la mujer está al servicio, mientras que el hombre es quien toma las decisiones.

    ¿Se puede cambiar esto mediante el lenguaje?

    Si queremos una ciencia realmente incluyente, debemos empezar por cambiar la forma en que la nombramos y usamos las palabras. Algunas propuestas concretas incluyen:

    - Visibilizar a las mujeres científicas en la literatura académica y la divulgación. Si un descubrimiento lo hizo una mujer, que se mencione su nombre, sin excepciones.

    - Revisar el lenguaje con el que se describen y desarrollan los procesos y protocolos científicos para eliminar sesgos de género.

    - Incluir más mujeres en los comités editoriales de revistas científicas y en los equipos de investigación para que las preguntas de estudio reflejen la diversidad de las personas científicas.

    El conocimiento y la manera en que se transmite la ciencia no es neutral. Si la ciencia sigue hablando en masculino, seguirá excluyendo a la mitad de la población. Si realmente queremos una ciencia incluyente y al servicio de todas las personas, necesitamos un lenguaje que lo refleje.

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    La autora es internacionalista y politóloga, fundadora de Mujeres Construyendo

    @LaClau

    www.mujeresconstruyendo.com

    Animal Político / @Pajaropolitico