¿La batalla final en el Cártel de Sinaloa?
Reconfiguran fuerzas en la narcoguerra
Todo indica que en los dos frentes de guerra, el de la ofensiva al interior del Cártel de Sinaloa y el otro del Gobierno contra los grupos del narcotráfico que chocan entre sí, está en curso la batalla final con reacomodos de alianzas en la delincuencia organizada y ajustes en la estrategia militar federal, que determinarán en corto plazo el fin o la prolongación de la fase de violencia desbocada durante ocho meses. Ahora con focos rojos en el norte del estado, todas las cuentas regresivas se han activado al mismo tiempo que la población pacífica ve agotada su capacidad de resistencia.
La madrugada de terror que acabó en definitiva con la burbuja de tranquilidad que Los Mochis experimentó mientras la narcoguerra era librada en el centro y norte de Sinaloa, procede a reconfigurar tanto la beligerancia de los grupos del crimen confrontados como la acción de contención de parte del Ejército, Marina y Guardia Nacional. Dos ultimátum marchan de manera paralela: el del narcotráfico por acabar con la colisión intracártel que le agota los activos financieros y tácticos, y el de las autoridades federales y estatales a punto de perder por completo la confianza social.
El amanecer negro del sábado 10 de mayo, o el “mochitazo”, extendió la conflagración hacia la región que durante meses ocultó detrás de la pax narca el conflicto entre los hijos de Ismael “El Mayo” Zambada y los de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Los municipios de Guasave, Angostura, Mocorito, Badiraguato, Salvador Alvarado y Ahome son parte hoy del mapa bélico en la organización que durante décadas concretó en unidad los incalculables negocios a base de drogas ilícitas.
Ahome y la ciudad de Los Mochis que en 2009 dejó de ser emporio de la industria azucarera enfrentan hoy varias condiciones de ex. Fue proclamada como la nirvana de tranquilidad y gobernabilidad mientras el resto de Sinaloa ardía; el Alcalde destituido Gerardo Vargas Landeros presumía ser el político capaz de sostener la paz que en el resto del estado alteraban los narcos, y la ausencia de vialidades bloqueadas por vehículos incendiados, casas balaceadas y ponchallantas en las calles hasta causaban envidia en las otras grandes urbes. Hoy nada de eso queda.
También las Bases de Operaciones Interinstitucionales y la estrategia del Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana del Gobierno Federal, Omar García Harfuch, han fijado la atención y operativos en el otrora territorio quieto, logrando resultados notables en el bando de la Ley como la detención nueve personas presuntas generadores de violencia y el aseguramiento de cinco vehículos blindados, armas, cargadores y cartuchos. No digamos, así estemos constantemente instigados por los derrotistas, que la fuerza pública se halla cruzada de brazos.
Pero no obstante la conjetura de la madre de todas las batallas de la narcoguerra sinaloense, aquella fuerte hostilidad en el norte que sellará la prolongada barbarie nuestra, qué culpas debe pagar la ciudadanía de bien como para jugarse la expectativa de paz en la probable colisión conclusiva de la estratagema inhumana dentro del Cártel, quizá más sanguinaria de lo que ahora es. Que retorne la seguridad pública, sí, pero la que esté fundada en la Ley y en la garantía de no repetición de días y noches donde somos rehenes de hampones que escalan infinitamente en los modos de infundir miedo.
La propagación de la narcoguerra en todo Sinaloa requerirá mayor concentración de la sociedad en deletrear la ráfaga criminal y la militar antes que el estruendo de las balas nos aturda a todos y enajene más a los que les urge que caigan estrepitosamente los pilares de la gobernabilidad para hacer sus festines con la sangre de las víctimas. La narrativa que plantea el caos sobre lo de por si anárquico, aquella sed sensacionalista que presenta imágenes de conflictos bélicos de otros países como atrocidades en la tierra de los once ríos.
Que acabe la narcoguerra sin necesidad de marcarle a Sinaloa mayores cicatrices de incivilidad como las tantas que hoy les son tatuadas. Sí se puede reconstruir un lugar para vivirlo en toda la extensión de la palabra al margen de depositar tal esperanza en que la paz venga por decretos del crimen que lo único que significan es el aplazamientos de otras barbaries inminentes, la prórroga de claudicaciones colectivas.
Si ha de cesar la narcoguerra,
Al costo de perturbar el norte,
No será paz para esta tierra,
Ni tendrá la Ley como soporte.
Cualquier probabilidad de finalizar la narcoguerra será inconclusa sin el castigo ejemplar para los sicarios o los militares que el 6 de mayo asesinaron en Badiraguato a las niñas Alexa y Leydi al tratar de bajar junto con su familia a la cabecera municipal, y verse de pronto en medio del fuego cruzado entre delincuentes y fuerza pública. Los crímenes que cegaron la vida de las pequeñas de 7 y 11 años de edad, igual que otros bestiales ataques contra la infancia sinaloense, de ninguna manera quedarán olvidados en cuanta tregua acuerde la delincuencia, reconfiguración de mandos en el Cártel, o pacto entre el Estado y las organizaciones del narco. Abatir la impunidad y llevar a los perpetradores ante la justicia hará posible que las familias y la ciudadanía sepamos que algo del Estado de derecho persiste de pie.