Ya se fueron los festejos el mes patrio, pero no sus reflexiones y genuflexiones.
Recordemos que la Independencia se consumó realmente hasta un 27 de septiembre, fecha anónima hoy, sepultada casi por la vocinglería del Grito de Dolores, las noches mexicanas, las pifias de los alcaldes y los chiles en nogada.
No hay mucho ánimo oficial de recordar la entrada triunfal de Agustín de Iturbide, sin librar ninguna batalla, a la gran metrópoli. Solo nos los recuerdan al mencionarse que el pícaro militar lo hizo pasar por la casa de su amante “La Güera Rodríguez” para que lo viese desde el balcón.
Agustín de Iturbide es un héroe muerto por la oficialidad después de su muerte.
En los años 50, no recuerdo si después de haber hecho México el fiasco en unas olimpiadas o mundial de futbol, el admirado periodista Abel Quezada formuló un comentario demoledor sobre los héroes.
El razonamiento era sencillo y lógico: México solo podía darse el lujo de tener héroes muertos porque los vivos le costaban mucho dinero.
Y no se refería en exclusiva a los deportistas que habían viajado y recibido apoyos a costa del erario, sino a los políticos altivos que recibían grandes sueldos y luego eran ensalzados en ceremonias públicas, con culto masivo a la imagen e imposición de su nombre en obras públicas.
No era raro antes que el Sr. Presidente Adolfo López Mateos inaugurara una Colonia López Mateos, o una inmensa presa con su mismo nombre, durante el ejercicio del poder; a pesar de que esas obras fuesen erigidas con impuestos de todos los mexicanos, sin que los funcionarios hubiesen donado, aparte, alguna porción de su capital.
Aunque los funcionarios detentasen gran mérito en cuanto a gestión y sensibilidad a los desarrollos, no ameritaba ponerles su nombre, porque precisamente esa era la función para la que se les elegía y su recompensa ya estaba en el sueldo... por no hablar de otras prebendas de la época.
Aun así, hay que darles un poco de mérito: bien pudieron haber dedicado ese empeño y ese recurso a otras áreas afines a sus proyectos políticos personales.
Hay que reconocer la voluntad de Gustavo Díaz Ordaz hacer el hospital de la infancia que lleva su nombre en Guadalajara y que atiende a varios estafos, en un periodo donde la mortandad de niños era más alta en el país, sobre todo en provincia.
No se puso a hacer un cuartel de lujo para premiar a los militares de entonces, en quienes se apoyó y luego metió en tantos problemas. (Su secretario de Defensa, Marcelino García Barragán, abuelo de Omar García Harfuch, era un orgulloso jalisciense).
Volviendo al menos incómodo pasado, con sus defectos y contradicciones, los héroes de la Independencia merecen su justo homenaje anual, más allá de que los agarremos de pretexto para irnos de parranda todo un fin de semana.
Pese a que el malinchismo es un fenómeno generalizado, los mexicanos tenemos mayor conciencia nacional e histórica que muchas otras naciones, incluso, algunas más antiguas que nosotros o con más prosapia internacional.
Al poeta español José Moreno Villa le sorprendía ese fenómeno. Decía que Cuauhtémoc, Miguel Hidalgo y Benito Juárez seguían bastante vivos... cosa que también aplicaba para villanos como Hernán Cortés o Maximiliano.
En España hoy casi nadie le reclama a Francia la invasión de Napoleón o a los Estados Unidos la guerra hispanoamericana.
Parece ser que esas extenuantes jornadas cívicas donde tomábamos el sol en la primaria han dejado su huella en la personalidad del mexicano. El dibujar una estampita, usando papel de china sobre el rostro de un prócer dejó su indisoluble marca de agua en nuestra alma, tal como en los billetes que a diario tratamos de hacer rendir.
Nuestros héroes dieron su vida y es merecido invocarlos. A la hora de su estudio, también es fundamental que las generaciones sepan de sus errores para que no se repitan y queden esos grandes vacíos de la memoria.
¿Algún día será revalorada la figura de Agustín de Iturbide, que gracias a su visión logró consumarse la Independencia?
¿Nos hablarán más a fondo de Francisco Javier Mina y Fray Servando Teresa de Mier, quienes tuvieron un papel más que simbólico en ese movimiento?
Los defensores a ultranza del estado laico se olvidan que entre los caudillos menos conocidos había no pocos sacerdotes. El Padre José María Mercado tomó San Blas y también fueron curas Matamoros, Miguel Ramos Arizpe, José María Cos y otros menos conocidos que se alzaron con sus parroquias en Zacatecas, Jalisco y Michoacán.
Durante el ataque a la Alhóndiga de Granaditas, se cegó la vida de mujeres y niños españoles, detalle que horrorizó al mundo entero. Lamentablemente fue imposible contener a la turba. Decía Allende que no era lo mismo encabezar un ejército que un gentío, bueno, eso decía su encarnación en “Los pasos de López”, la truculenta versión de Jorge Ibargüengoitia sobre los conspiradores.
Esa imagen siguió vigente por varias décadas, al grado de que al principio no se les mencionaba mucho a los precursores de la Independencia.
Fue Maximiliano quien, deseoso de legitimarse, instauró el ceremonial laico en torno a ellos: mandó pintar sus rostros en Palacio Nacional, viajó a Dolores un 16 de septiembre, erigió un monumento en la Hacienda de Corralejo y hasta adoptó al hijo de Agustín de Iturbide.
Nuestros héroes y villanos están más presentes que nunca en la historia. ¿Algún día sabremos diferenciarlos en vida? Eso será importante a la hora de emitir el voto.