Los hombres primitivos tenían un consejo de ancianos para las decisiones difíciles. Se consideraba a los viejos por ellos como los más sabios, no los más “seniles”.
Ese valor comunitario vino desde la época de las cavernas, los universos pastoriles y los inicios de los centros urbanos.
Los pueblos hebreos, por ejemplo, tuvieron “jueces” antes que reyes. La figura del rey Saúl y luego David fueron tardías, si vemos la totalidad del pasado de Israel como sociedad sedentaria.
En el Imperio Romano el consejo de ancianos se volvió institución y sus siglas iban al frente de las batallas del Ejercito Romano: SPQR, “El Senado y el Pueblo romano”
La expresión latina Senātus Populusque Rōmānus significa, en castellano, «El Senado y el Pueblo romano».
La primera palabra, Senātus, proviene de senex, esto es anciano, y el sufijo colectivo: -atus, e indica el concejo de ancianos de la ciudad de Roma, luego devenido en uno de sus principales órganos de gobierno: el Senado; gramaticalmente, es un sustantivo singular masculino de la cuarta declinación.
En el universo mediático del Siglo XX, el senador fungía como una figura respetable que socialmente, cumplía una función de validación. En los programas gringos de los años 50, aparecía de repente para los grandes acontecimientos y en las caricaturas se la pasaban premiando gente, dando las llaves de la ciudad, investidos de levita y un buen sombrero de copa.
La mamá del escritor Rene Aviles Fabila -lo dice él en un texto biográfico- le sugirió estudiar Ciencias Politicas en la UNAM para que en el futuro fuera un gran Senador... y luego él se dio cuenta de que eso seria imposible porque él habia nacido en el Distrito Federal. Así eran de invisibles los senadores en la era del priismo.
Ya se había olvidado en los años 60 la poderosa posición del senador por Chiapas, Belisario Domínguez, quien fue asesinado en ese horrible año de 1913 por condenar el asesinato de Madero por el dictador Victoriano Huerta, así como su golpe de estado. Él, y el también asesinado diputado por Campeche, Serapio Rendón, tuvieron esos tamaños pantalones.
Sólo nosotros los provincianos sabemos que, si un político aspira a ser gobernador, las leyes no escritas dictan que antes debe pasar por el Senado, porque esa es la máxima tribuna y donde se tejen las grandes relaciones. Mínimo es haber sido en su defecto secretario de estado o al menos sub.
Aquí en Sinaloa hubo una destacada presencia en el pasado del Senado de la República, cuando se aplicó la destitución del gobernador rosarense Enrique Pérez Arce.
Fue en 1954, cuando la XL Legislatura, en la cual figuraban Leopoldo Sánchez Celis y Antonio Toledo Corro, acordó deponer como gobernador a Enrique Pérez Arce, poeta en sus ratos libres, que nos dejó el primer poema donde se hablaba de nuestra tambora.
El senado nombró gobernador interino al Dr. Rigoberto Aguilar Pico y fue durante su mandato de cuatro años cuando no solo se realizó en Mazatlán el Monumento al Pescador, sino que se dio el arranque para la urbanización de las que ahora son las más importantes ciudades de Sinaloa, a pesar de que no había una legislación adecuada.
El doctor Rigoberto Aguilar Pico, nacido en Mazatlán, era muy cercano del entonces Secretario de Gobernación, licenciado Ángel Carvajal, cuyo hijo luego sería presidente nacional del PRI.
Pero el tema senatorial y de senilidad anticipada, con todo respeto para la gente mayor, es el pasado sainete donde se llegó a las manos que hoy nos mueve y nos remueve. Usted ya conoce los penosos y astrosos detalles.
Trump y el resto del mundo deben de estar felices viendo el pleito de los senadores. Confirma que hasta en la más alta tribuna nacional está presente la violencia física.
Algún día tendremos un senado con una mayoría de gente sabia y de buena savia.
Retomo la impronta del senador Belisario Domínguez, quien no sólo fue ejecutado por órdenes de Huerta, sino que también ordenó que le cortaran la lengua.
Esto último lo hizo en persona su propio ministro de salud, el famoso doctor Aureliano Urrutia.
Años después, Urrutia quiso justificarse diciendo que él lo hizo en una operación quirúrgica para evitar que muriera Belisario Domínguez, si alguien le cortaba la lengua de manera brutal con una bayoneta y con la esperanza de que el dictador quedase conforme con ese castigo medieval.
Había antecedentes de esa locura del poder. Victoriano Huerta antes mandó a un grupo de soldados a matar a Gustavo A. Madero, a quien le sacaron en vida uno de sus ojos y jugaron con el ojo de vidrio que usaba, antes de destrozarlo con sus bayonetas.
Esa violencia física, política y humana, ya no debe de repetirse. Estamos en un tiempo donde deben prevalecer las ideas, las leyes y los verdaderos criterios humanos y de educación.
No estamos ya para pleitos callejeros en sitios donde nos deben dar el ejemplo de civilidad, corrección y verdadera nobleza humana.