El día que el narco mostró sus garras
Pacientemente elucubramos la guerra

OBSERVATORIO
25/07/2025 04:02
    Hemos dejado de caminar ágiles como en la otrora cotidianidad segura porque somos la sociedad que carga con el peso de las víctimas de más de mil 700 homicidios dolosos e igual número de personas desaparecidas, y el cúmulo de delitos propios de la conflagración de los narcos. Qué somos capaces de balbucear si ni siquiera se nos permite interrogarnos cómo llegamos a esta jungla.

    Y aquí estamos, un año después, sin entender la secuencia de acontecimientos del 25 de julio de 2024 que son el origen de la ráfaga del narcotráfico que en Sinaloa ha matado a tantos de los nuestros, asesinado el derecho de vivir en paz y deja agónica la confianza en las autoridades. La retención forzada de Ismael “El Mayo” Zambada para llevarlo ante la justicia de Estados Unidos, la entrega voluntaria de Joaquín Guzmán López ante las autoridades de aquel País y la presencia y muerte del político Héctor Melesio Cuén Ojeda en medio de esta trama criminal, son sábanas negras de escepticismos colocadas encima de las banderas blancas de los pacíficos.

    Prescindimos de la crónica, las palabras, el balance y los niveles del miedómetro como para describir qué ha pasado. Nada puede hacer las veces del rasero que mida los 12 meses de barbarie ininterrumpida, pues ya quisiéramos al menos contar con las salidas, el último reducto de la pusilanimidad que fuerza a refugiarnos en las madrigueras del instinto. Resistir es el desafío hora tras hora y lo gana quien arrincona los ideales y saca a relucir las aprensiones.

    Es que nada pudimos hacer en 365 días, aparte del monólogo interior que le pregunta a la conciencia propia que también le rehúye a las respuestas. El silencio en todo y todos opera como el sutil manual de sobrevivencia porque saber demasiado es más peligroso que el arma de los sicarios colocadas en la sien de cada uno. Días de delirios colectivos de persecución, noches lóbregas en las que cualquier ruido adquiera la estatura de la pesadilla.

    Hemos dejado de caminar ágiles como en la otrora cotidianidad segura porque somos la sociedad que carga con el peso de las víctimas de más de mil 700 homicidios dolosos e igual número de personas desaparecidas, y el cúmulo de delitos propios de la conflagración de los narcos. Qué somos capaces de balbucear si ni siquiera se nos permite interrogarnos cómo llegamos a esta jungla.

    En calidad de presas fáciles los sinaloenses, los criminales juegan a cazarnos. Ningún escondite es posible en la densa selva donde el poco fiable discurso de los generales, la estrategia fallida de los zares de la seguridad pública y fuerzas castrenses élite que inflan a peces flacos para presentarlos como gordos, hacen las veces de maleza en la que le resulta imposible emerger al fruto de la civilidad. Creamos a la fiera creyendo que podíamos domesticarla y acabó engulléndonos sin piedad.

    Estamos perdidos en moles de concreto donde los automóviles y camionetas desaparecen al conjuro de las ametralladoras y los inmuebles en llamas no son precisamente las luces al final del túnel. El porvenir está bloqueado en empresas y pequeños negocios que bajan las cortinas y adentro se quedan los empleos, las prestaciones sociales, los sueños de salir adelante mediante el esfuerzo lícito.

    Nada resplandece cuando las luces de las ciudades se confabulan para llevarnos a la oscuridad. Somos sombras confeccionadas con el humo de las bombas que caen del cielo como rocas igual de duras que las atrocidades. Somos ficciones en el mito que con denuedo construimos en unanimidad al meter a los capos a nuestras familias. Somos el desmadre que muta la farsa del arrepentimiento. Somos la caricatura que arranca lágrimas en lugar de dar ánimos.

    Y aquí estamos en la tierra de los once ríos convertida en territorio de los campos minados, los drones aterrorizantes que vuelvan sobre las cabezas, el verde olivo opacando el color esmeralda de la esperanza, los convoyes de civiles y sus arsenales tornándose invisibles para la autoridad, los cortejos fúnebres desfilando con inocentes en los ataúdes. Las calles despobladas en cuanto cae el sol, la crueldad colgando de puentes o dispersada en la vía pública, las narcomantas que deletrean bestialidades, la gente que se vuelve blanco de la delincuencia por el hecho de poseer algún patrimonio.

    Quisimos saber cómo era una guerra siendo que desde hace décadas estamos dentro de una. Y sí: arrasan con todo y reducen la vida a implorarles a los que la dan o la quitan a su antojo que nos permitan permanecer por un plazo más, así signifique la caducidad de las dignidades.

    Reverso

    Mi Sinaloa, ya despierta,

    Para que cure la tambora,

    Tu herida aún abierta,

    Y al pueblo que por ti llora.

    Que hable la FGR

    Cuando la Fiscalía General de la República le arrebató al Ministerio Público estatal la carpeta de investigación sobre el asesinato de Héctor Melesio Cuén Ojeda, ex Rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, hizo un ruidoso operativo para poner en ridículo a la procuración de justicia entonces a cargo de Sara Bruna Quiñónez, pero después Alejandro Gertz Manero dio bastantes evidencias de que tomó el expediente con el propósito de archivarlo y ocultar la verdad histórica de ese hecho que fue algo así como la réplica del terremoto que significó la trampa tendida a Ismael “El Mayo” Zambada para secuestrarlo y llevarlo por medios extrajudiciales ante los tribunales de Estados Unidos. ¿Qué pasó el 25 de julio de 2024? ¿Qué declaró el testigo protegido Fausto Corrales como para que fuera encriptado por la FGR con la total falta de respeto al derecho a la justicia? ¿Por qué el silencio de la familia de la víctima frente a la impunidad?