Del Toro no perdió: nos ganó a todos. Una reflexión sobre el triunfo, el hate y la mirada rota de un país

03/06/2025 04:02
    Lo que vi en Isaac del Toro no fue derrota, fue una victoria del alma, fue la encarnación de una generación que no pide permiso, que habla con las piernas, con la disciplina, con el talento sembrado en tierra dura, fue poesía de montaña, una epopeya del cuerpo. Pero este país, nuestro país, arrastra una herida vieja: nos cuesta celebrar sin envidia, sin cinismo.

    Hay muchachos que no corren por medallas, sino por sentido. Hay ciclistas que no sólo pedalean contra el reloj, sino contra la historia entera de un país acostumbrado al “ya mérito”. Isaac del Toro, con apenas 21 años, cruzó las montañas de Italia con las piernas encendidas por el hambre de pertenecer, y lo logró. Subió al podio del Giro de Italia, con la camiseta blanca del mejor joven y la mirada firme del que sabe que está haciendo algo que nadie más ha hecho antes en su bandera.

    Y sin embargo, allá estaban: Los de siempre, los del “casi no es suficiente”, los que confunden la crítica con el veneno. Los que, desde el confort del anonimato, se atreven a decir que “perdió”, que “se cayó al final”, que “no aguantó como los grandes”, como si llegar segundo en la carrera más antigua del mundo fuera motivo de vergüenza y no de asombro. Como si alguna vez hubiéramos tenido a un mexicano portando la maglia rosa durante 11 días.

    Lo que vi en Isaac del Toro no fue derrota, fue una victoria del alma, fue la encarnación de una generación que no pide permiso, que habla con las piernas, con la disciplina, con el talento sembrado en tierra dura, fue poesía de montaña, una epopeya del cuerpo.

    Pero este país, nuestro país, arrastra una herida vieja: nos cuesta celebrar sin envidia, sin cinismo. Hemos aprendido a mirar con desconfianza, como si la luz de otro nos hiciera sombra, hay una tristeza colectiva que se esconde detrás de la burla, una especie de rencor hacia quien se atreve a volar.

    Y las redes sociales, ese espejo distorsionado, han multiplicado las voces rotas. Detrás de cada “pinche segundo lugar” hay alguien que no ha sabido ganar en su propia vida, detrás del hate (odio), un corazón cansado, porque criticar desde el sillón no cansa, intentar, sí. Fallar, sí y volver a intentarlo, también, pero eso no se publica, no se postea.

    Pienso en Del Toro pedaleando en silencio, con los dientes apretados y el alma abierta. Pienso en los madrugones de entrenamiento, en las comidas medidas, en la vida aplazada por un sueño y me duele que haya quienes lo reduzcan todo a un meme, a una frase hueca, a una risa cruel. No porque le haga daño a él, que va más allá de todo eso, sino porque revela algo más profundo: un país que no se permite reconocerse en sus triunfadores.

    El triunfo de Del Toro no es sólo suyo. Es de sus padres, de sus entrenadores, de los que le apostaron, es de los que alguna vez creyeron que se podía, es de los que aún se emocionan con una bandera en lo alto. Ahora su triunfo también es de los niños que lo vieron y pensaron: “yo también puedo”, “yo también me quiero subir a una bicicleta y conquistar la pista, la montaña, las miradas”... porque eso es lo que hacen los grandes deportistas: expanden el campo de lo posible, rompen el techo que se creía imbatible, y con ello, nos dejan ver el cielo a todos.

    Pero claro, eso es demasiado para quien ha renunciado a soñar. Más fácil decir que fue suerte, más cómodo burlarse que mirar hacia adentro y aceptar que quizá lo que molesta no es que Del Toro haya llegado segundo... sino que nos recordó que todos podríamos llegar más lejos, si tan sólo lo intentáramos.

    Es hora de dejar de castigar el brillo, de aprender a aplaudir sin reservas, de entender que cada vez que un mexicano hace historia, nos está contando otra forma de ser país, una más digna, más libre, más valiente.

    Del Toro no perdió. Perdimos nosotros, si no supimos verlo.

    Pero aún estamos a tiempo, a tiempo de cambiar la mirada.

    A tiempo de pedalear diferente.

    Gracias totales, tocayo.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuanto.