La ciudadanía mexicana no es un bloque homogéneo. Enfrenta realidades sociales, económicas y políticas diversas, y las respuestas ante ellas varían profundamente.
Mientras algunos han optado por asumir un papel activo, otros han caído en la resignación y la dependencia.
Un sector preocupante de la población ha adoptado una lógica de sobrevivencia inmediata: vive al día, esperando las transferencias gubernamentales como si fueran concesiones generosas, no derechos sociales.
Para muchos, la relación con el Estado se ha reducido a una transacción: apoyo económico a cambio de obediencia política.
Poco importa el origen o la viabilidad de esos recursos. No se exige calidad en los servicios públicos ni transparencia en la gestión.
El Gobierno es visto como benefactor, no como servidor. En este contexto, se consolida una relación clientelar donde el voto, la asistencia a mítines o el silencio ante los abusos se convierten en moneda de cambio.
Aunque este grupo no es mayoritario, su presencia es significativa.
Ha aprendido a sobrevivir en una cultura de la dádiva, donde la expectativa no es avanzar, sino resistir, siempre bajo la sombra de quien reparte el poder.
La noción de ciudadanía activa -con derechos, deberes y responsabilidad cívica- ha sido desplazada por una actitud pasiva, incluso sumisa, que erosiona tanto la democracia como la autonomía individual.
Sin embargo, no toda la ciudadanía ha cedido ante esta lógica.
Existe un amplio sector que, pese a las adversidades, se niega a entregar su dignidad a cambio de migajas.
Son personas que luchan por salir adelante: estudian, emprenden, se organizan y se esfuerzan por construir un futuro con base en su propio trabajo.
Pueden recibir apoyos, sí, pero no se subordinan a ellos ni los convierten en su única vía de subsistencia.
Esta ciudadanía no encaja en la narrativa oficialista que pretende reducir la participación cívica a gratitud y obediencia.
Por el contrario, representa una fuerza crítica que, en lugar de conformarse con promesas huecas, actúa, propone y transforma desde abajo.
Pese a ello, rara vez recibe reconocimiento en el discurso público o mediático.
La atención se concentra en los beneficiarios pasivos, invisibilizando a quienes desde su entorno cotidiano han construido otra narrativa: la del esfuerzo, la innovación, la participación activa y la exigencia legítima de derechos.
México vive hoy una fractura cívica que no podemos seguir ignorando. Es urgente visibilizar, fortalecer y acompañar a esa ciudadanía emergente que no quiere limosnas, sino un Estado que respete su dignidad.
Una ciudadanía que no está dispuesta a ceder sus derechos a cambio de favores, sino que exige instituciones sólidas, justicia social y un futuro que no dependa del cálculo electoral de unos cuantos.