Rubén Rocha Moya se posicionó sobre la multitudinaria Marcha por la Paz en Culiacán felicitando a la ciudadanía y reconociendo que en Sinaloa aún no se ha alcanzado la paz, pero el Gobernador debe entender que la gente no salió a marchar para recibir palmadas, sino para exigir resultados concretos.
El Gobernador admitió con todas sus letras: “efectivamente no tenemos paz en Sinaloa, todavía no la hemos conquistado”. Y aunque celebró que la sociedad se manifieste con vigor y determinación, lo cierto es que hay ahí un reclamo legítimo y contundente. La multitud dejó en claro que la paciencia social se agota y que las palabras oficiales no sustituyen la seguridad ni la justicia que los sinaloenses demandan.
La marcha del domingo 7 de septiembre reunió a miles de personas en el Centro de Culiacán, desde La Lomita hasta la Catedral. Entre los asistentes había sobrevivientes de agresiones, familiares de víctimas de asesinato, personas buscadoras de desaparecidos, sociedad civil en general e incluso niños. Cada rostro en la multitud era un reflejo de las heridas que aún no cierran en un estado que sigue pagando el costo de la violencia organizada.
Porque mientras Rocha hablaba de libertades y democracia, la realidad diaria de muchos sinaloenses, sobre todo de los culichis, es otra.
La crisis de seguridad que detonó hace un año con los enfrentamientos entre Los Mayos y Los Chapos no ha cedido. La cotidianidad de muchos sigue marcada por el miedo y la incertidumbre. Y no son sólo cifras; son familias enteras que siguen buscando respuestas, justicia y, sobre todo, paz.
El Mandatario insistió en que su gobierno ha combatido a la delincuencia, pero también reconoció que no ha cumplido del todo con lo que demandan los ciudadanos. Esa combinación de palabras y acciones incompletas quedó patente en la marcha pues, además de exigir paz, hubo gestos simbólicos que reflejan la frustración y un descontento que va más allá de los discursos oficiales.
La pregunta que queda flotando en el aire es sencilla: ¿bastan los reconocimientos públicos para apaciguar a una sociedad que sigue viviendo bajo la sombra del crimen organizado? Rocha felicitó a quienes marcharon; ellos, en cambio, no fueron a recibir elogios, sino a exigir un cambio tangible y más rápido pues ya nadie aguanta más. La paz sigue siendo una deuda pendiente y, mientras eso no se cumpla, cada marcha y cada grito será un recordatorio incómodo de que en Sinaloa, la calma sigue siendo esquiva.
Porque reconocer un problema es sólo el primer paso; resolverlo, en cambio, requiere acción firme, consistente y visible. Que bueno que el Gobernador no desacreditó a quienes marcharon tachándolos de “contras”. Pero hasta que no se perciba un cambio sostenido en la criminalidad, Sinaloa seguirá siendo un estado que habla de paz pero vive la violencia como una rutina dolorosa.
El Alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez Mendívil, reconoció que la Policía Municipal arrastraba un rezago importante mucho antes de que estallara la crisis de seguridad. Que esa corporación preventiva, que debería ser el primer eslabón en la contención de la violencia, ya estaba debilitada cuando su administración comenzó en 2022, y la cual entregaron con apenas poco más de 800 agentes frente a los más de mil elementos necesarios.
El propio Alcalde admite que la institución no era fuerte ni antes ni durante la crisis, pues la disminución histórica de policías y la falta de atención a los derechos y prestaciones de los agentes reflejaban una estructura policial deteriorada que no podía responder eficazmente ante la escalada de violencia.
La declaración la vertió a un año de la crisis de seguridad, para señalar que el problema en la seguridad no surgió de repente, sino que se acumuló durante años.
Gámez Mendívil defendió que la administración heredó un rezago estructural que, en medio de la pugna interna del crimen organizado, se convirtió en un factor crítico que dificultó cualquier contención temprana.
Dijo que la Policía Preventiva, fundamental para disuadir y controlar la violencia, sigue siendo insuficiente frente a los retos actuales.
La Policía Municipal de Culiacán no era ni es suficiente para enfrentar la violencia que se vive.
Reconocer el rezago es un primer paso valioso, pero no basta para ocultar que la ciudad llegó a un punto crítico por años de descuido estructural, y que cualquier estrategia ahora enfrenta la difícil tarea de reconstruir una institución que siempre estuvo debilitada. Eso nos deja con la conclusión obvia: urge meterle idea y presupuesto a la Policía.
No deja de sorprender, que a pesar del enorme operativo del Grupo Interinstitucional, las facciones del crimen organizado en disputa sigan encontrando maneras y espacios para hacerse la guerra a través de asesinatos, privaciones de la libertad y ataques a viviendas y negocios. La mayor parte con sus respectivos mensajes de amenazas y comunicados violentos.
Esas acciones dejan claro que la guerra sigue sumamente vigente y que, quienes la ordenan, siguen contando con gente y recursos para hacerle daño a los enemigos sin que las autoridades puedan impedirlo.
El problema es que en medio de esa guerra de exterminio, quedan cada vez más víctimas inocentes, menores de edad, mujeres, entre otros. Además de las afectaciones económicas a comercios y negocios que ya llevan un año vendiendo la mitad de lo que vendían antes de la guerra.
Por eso, lo que urge no es sólo seguir capturando carne de cañón, sino una verdadera inteligencia para dar con los líderes de las facciones. En tanto no sea así, podemos resignarnos a que compartiremos el territorio con los criminales que abiertamente se declaran dueños del mismo.