El Centinela
22 septiembre 2025

En noviembre de 2024, cuando inició la actual administración municipal de Culiacán, la ciudad ya estaba hundida en la crisis de seguridad que detonó la guerra interna del Cártel de Sinaloa.

Desde entonces ha transcurrido más de un año y la violencia sigue marcando la vida diaria, pero en el Cabildo, donde los regidores deberían ser la voz de la ciudadanía, ha prevalecido un silencio que raya en la omisión.

El cuerpo edilicio está conformado por 12 regidores, el Alcalde, el Secretario y la Síndica Procuradora. De esos regidores, siete pertenecen a Morena, lo que junto al Presidente Municipal les asegura mayoría calificada.

A ellos se suman un independiente que acompaña al Alcalde en sus giras, uno del Partido Verde, uno de Movimiento Ciudadano que se ha concentrado en la agenda animalista, y dos opositoras: una del PRI y otra del PAN. Sin embargo, sólo estas últimas han abordado, una de manera constante y otra de forma esporádica, la violencia que azota a la ciudad. El resto, incluidos la mayoría, se han mantenido callados.

La omisión es aún más grave porque el Cabildo no sólo es un espacio para debatir, sino también para transparentar. Hasta hace poco, las sesiones que se transmitían en vivo en redes sociales quedaban disponibles para consulta pública. Pero hoy esas grabaciones prácticamente han desaparecido: fueron borradas o puestas en privado, y apenas sobreviven dos registros de este 2025.

Este acto elimina la posibilidad de que los ciudadanos constaten qué regidor ha defendido sus intereses y quién ha preferido guardar silencio.

La memoria pública de los debates fue eliminada, y con ella cualquier intento de rendición de cuentas. ¿Qué teme la administración? ¿Que se evidencie que, mientras la ciudad vive bajo fuego, sus representantes han preferido mirar hacia otro lado?

La combinación de silencio político y falta de transparencia pareciera una estrategia que vacía de contenido la representación ciudadana.

En un contexto de crisis, el Cabildo de Culiacán ha fallado en alzar la voz, y además ha borrado las pruebas de esa falla. Y eso, en democracia, es tan grave como la violencia misma.

Navolato está viviendo un golpe que ni siquiera el Covid 19 logró darles a sus negocios. En un municipio donde la agricultura y el comercio son la vida misma, la inseguridad ha pasado factura al grado de cerrar uno de cada cuatro establecimientos. Y los que siguen abiertos, apenas sobreviven con pérdidas de hasta el 50 por ciento.

El dato es brutal: un cuarto de la economía local apagada por miedo, extorsiones, violencia y un ambiente enrarecido que no se cura con discursos de “unidad” ni con reuniones entre empresarios. Lo que advierte Jorge Quevedo, de Empresarios Unidos por Navolato, no es exageración, es la radiografía de lo que pasa cuando las balas dictan las reglas y los gobiernos se quedan cortos.

Porque no nos engañemos: el problema no es que los comerciantes no sepan resistir. Ya lo demostraron en pandemia, cuando sin vacunas ni ventas lograron salir adelante. El problema es que ahora el enemigo es más feroz: la inseguridad, ese monstruo que no sólo vacía las calles y espanta clientes, sino que también siembra desempleo y obliga a familias enteras a vivir en la incertidumbre.

Lo más doloroso es ver la soledad en la que resisten las micro, pequeñas y medianas empresas, las mismas que sostienen el 70 por ciento del empleo en México. Hoy las vemos tirando fruta que no se vendió, cerrando restaurantes a medio día porque no alcanzan los comensales, recortando nóminas porque no hay para pagar. Y mientras tanto, las autoridades presumen “mesas de seguridad” y “apoyos” que nunca llegan a la caja registradora del tendero.

La narrativa oficial insiste en que hay coordinación entre gobiernos y empresarios. Sí, coordinación para las fotos y los discursos. Porque a la hora de la verdad, la resistencia ha sido gracias a la solidaridad entre comerciantes: venderse entre ellos mismos, comprarle al vecino para que no cierre, sostener el tejido social con las uñas.

Navolato es hoy el retrato de un municipio que grita auxilio, pero que parece condenado a que lo escuchen tarde. La inseguridad le quitó a sus habitantes lo que ni la pandemia pudo: la confianza de salir a comprar, de invertir, de abrir un negocio nuevo.

Y ojo: si Navolato cae, no sólo se pierde un puñado de comercios; se desmorona la cadena económica de toda la región agrícola de Sinaloa. Lo que está en juego no son cifras frías, son familias enteras que viven de la venta diaria.

El llamado de los empresarios es claro: o el Gobierno entra con apoyos reales y estrategias contundentes, o pronto Navolato será un pueblo de cortinas cerradas y calles vacías.

Porque la resistencia cansa. Y cuando la esperanza se apaga, ni la unidad alcanza para mantener vivo a un municipio.

En las últimas semanas hemos visto cómo una actividad física tan común como el ciclismo se ha convertido en algo que ya llama la atención, por la forma en que se va abriendo paso.

Se trata de estos grupos de ciclistas, todos vestidos de negro, que recorren la ciudad o las afueras con lámparas de noche.

Insistimos que la idea luce fenomenal, porque son en su mayoría jóvenes en sus bicicletas de tipo montaña descubriendo la ciudad de noche, sin embargo hay cosas que ya llaman la atención porque hay que ponerles cuidado.

La primera es que carecen de equipo de protección en sus bicicletas y aunque en la mayoría de los casos sí respetan las leyes de tránsito, hay algunos que son muy imprudentes y lo peor es que sus lámparas también pueden ser un peligro incómodo sobre todo cuando viajan en sentido contrario.

Es obvio que hay libertades en la práctica de la exploración urbana en bicicleta, la actividad física y la evidencia de que no son grupos causando ningún daño, pero sí es obvio que debe haber supervisión y orden o todo se vuelve más peligroso para todos.

Ojalá que el Municipio pueda intervenir, que no lo haga regándola, simplemente para organizar y mejorar una iniciativa que puede ser otro camino para retomar las calles.