La tormenta

Donald Trump tiene muchos defectos, todo lo que viene de él tiene implicaciones negativas, sobre todo para el que observa más allá de sus fronteras.

Sin embargo, hay una característica del empresario estadounidense devenido en político y finalmente en Presidente de Estados Unidos que puede ser un elemento crucial en las negociaciones a las que obliga al resto del mundo: es sumamente predecible.

Dentro de la incertidumbre a la que somete a sus vecinos, socios o antiguos aliados, siempre que se levanta con ganas de camorra utiliza el mismo método para iniciar una negociación forzosa: primero lanza el garrotazo y después invita a su víctima en turno a sentarse a negociar.

Y después de amenazar, acusar e inventarse pretextos para imponer un castigo resulta que es capaz de perdonar todos los castigos con los que amenazó apenas unos días antes.

Otra de sus preferidas es tratar esconder lo que realmente quiere detrás de las exigencias de fantasía que exige, después de amenazar con aranceles imposibles o con guerras casi, casi inmediatas, que luego no se materializan.

Así ha exigido que Dinamarca le entregue Groenlandia, que China equilibre su balanza de pagos con Estados Unidos o que México acabe con el problema de consumo de drogas que se ha convertido en una plaga sanitaria en Estados Unidos.

A pesar de todas las amenazas que pueda lanzar en contra de México y de todos los aranceles que pueda imponernos, en el fondo, Trump sabe que necesita a los trabajadores mexicanos, conoce la importancia de nuestros recursos naturales y también le han explicado que nadie le irá a resolver el problema del consumo de drogas que tienen en casa.

Sin embargo, Trump seguirá amenazando y retirando castigos, a pesar de que sabe que la economía de Estados Unidos sufrirá aún más que la mexicana si decide imponer aranceles al mercado mexicano.

Trump se irá como llegó, como esas tormentas que dejan un largo camino de daños a su paso, y al final tendremos que trabajar todos juntos para reparar los daños que provocará.