Flow
Ninguna novedad, se sabía de pe a pa el lugar. Así estaba mejor. Bien repetía la tía Juana «ta bien sin novedá», era mejor lo amarrado, el pájaro en mano, pero no estaba ahí para eso. Necesitaba otra vista, ver con el tercer ojo, como decía su amiga S. Otra vez el soliloquio que tanto la atormentaba y en el que siempre terminaba. Continuó caminando y se distrajo con un cartel que anunciaba ‘Disco del silencio’. ¿Qué era eso? Pensó que sería algo así como bailar con el ritmo propio. ¡Excéntricos! Ahora una disco sin música. Ya se habían sumado a las hamburguesas sin carne y sin pan, a la cerveza sin alcohol, a los autos sin chofer. ¿Cerrarán los ojos a la cuenta de tres?, ¿cada uno imaginará una melodía y empezará a moverse? ¿cada quien su flow?
Entró. Era verdad, no había música, pero sí cuerpos moviéndose por todos lados. Le recordó la novela de Daniel Saldaña El baile y el incendio en la que menciona la epidemia de danzas que se registraron en la Edad Media, donde los danzantes experimentaban la necesidad incontrolable de bailar casi hasta morir. Que buena novela esa, que buen escritor era Saldaña; un autor joven que había conocido en un periódico gratuito que leía en el café. Saldaña publicaba una novela por entregas; un capítulo cada semana. Autor generoso y dedicado. Nada que ver con esos que acababa de encontrar, jóvenes cruzados de piernas movilizando sus pulgares con una prisa al infinito sin avanzar ni siquiera unos pasos. Otra vez sus deducciones. Justo estaba ahí para no pensar. Tomó aire y continuó explorando el lugar.
Conversó con una señora que lucía entretenida y feliz. Le preguntó de qué iba todo. Cada asistente tomaba unos audífonos acolchados. Cuatro canales controlados por un dj: oldies, latina, pop, rock. El color indicaba el tono; repasabas y te quedabas en ‘Like a Rolling Stone’, en ‘La Chona’, ‘Suavemente’ o en ‘La chica del bikini azul’... era fácil notar cuando alguien estaba en el tono Chona o si volaba con Satisfaction. Le gustó el flow del silencio. Empezó a mover la cabeza, el pie. No necesitó audífonos. Zigzagueó el cuerpo. Levantó los brazos y avanzó por el centro de la pista. Giraba, cerraba los ojos, abría los brazos, sonreía... se sintió una danzante de tiempos pasados salida de la novela de Saldaña. Sin percatarse, le hicieron pista y los audífonos empezaron a apagarse. Los asistentes dejaron de moverse, sólo la veían a ella. Su cuerpo se fue aquietando, abrió los ojos y les sonrió. Salió vigorizada del lugar. Así sería su próxima fiesta, la familiar de diciembre. Las tías pasaditas de peso —como se auto-nombraban— bien que podrían bailar a sus anchas ‘Báilamela suavecito’ y las primas quedadonas —como les decían— se desbocarían con ‘Las mujeres ya no lloran las mujeres facturan’. El deseo del nuevo año sería, justo, cada quien su flow. Regresó a su habitación y al menos olvidó eso que andaban diciendo y que al final nadie supo si fue verdad. Se asomó por la ventana y escuchó callada el suave sonido del mar.
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