Mamá Chema, 100 años de duelo y resistencia en la sierra que ya no existe

Carolina Tiznado
10 mayo 2025

Doña Anselma González ha sobrevivido a la violencia que le arrebató hijos y nietos; hoy teje su memoria entre plantas, gallinas y rezos en Escuinapa

ESCUINAPA._ Mamá Chema teje y teje las puntas de una servilleta, mientras en la hornilla de casa las cenizas están hechas polvo. Ella vive soñando en esa sierra que era su hogar, en la que están sus hijos y a la que no volverá.

En 100 años de vida, doña Anselma González Castillo podría bordar miles de historias, pero las de mayor dolor sin duda han sido las vidas que no vio envejecer y a las que tuvo que despedir de manera temprana, a los que parió y a los que crió.

Nació en un abril de hace 100 años o quizá 101 años, en los límites de Sinaloa y Durango, muy arriba de la comunidad de La Rastra, en un poblado llamado La Yerbabuena, el que ya no existe, se quedó solo.

“Tengo ‘ciento y tantos años’. Tenía, ya no tengo, siete hijos, tres me quedan, los otros me los han matado, esas guerras, las guerras que no paran, escucho mataron a fulano, a zutano, los dejaron tirados... pobres madres”, señala.

A Mamá Chema, como le llaman todos sus hijos, nietos y tataranietos le duele la rodilla, pero más le duele que en esa vida centenaria, los que parió sola, en la sierra donde no había doctores, no estén.

Uno de sus muchachos estaba “nuevo”. Vivían en La Rastra, su esposo había ido a trabajar en las minas, en la compañía minera del lugar, ahí habían decidido asentarse, pero la muerte repentina en una parranda de uno de sus hijos, de 20 años, los hizo regresar a La Yerbabuena.

Ahí tenían su hogar, sus animales, sus gallinas, todos regresaron. Ahí estaban a salvo, pensaban. Si no te metes con nadie no pasa nada; no fue así y entonces ahí perdieron la vida sus otros hijos y años después las pérdidas continuaron: seis de sus nietos a quien había criado también fueron víctimas de la violencia, de las balas.

El único hijo varón que les quedaba, decidieron sacarlo del lugar y este junto a sus hijos encontró en Durango su vida, para no volver a esa sierra tan bella pero tan insegura.

De sus hijas, una se mudó también a Durango y una más a Escuinapa, donde su esposo decidió comprar un terreno, en un espacio solitario, que se parecía en lo solo a ese pedazo de tierra que era su hogar.

“Empezó a hacer la casa y me dijo que para el 10 de mayo nos íbamos a venir, pero se cansó, el 5 de mayo murió, sentadito, ya no quisieron que me quedara, fueron por mí, ya todo me habían robado, vacas, todo”, expresa.

Hace 15 años llegó a vivir a este municipio, allá en La Yerbabuena dejó a sus muertos, dejó la huella también de aquellos niños a los que vio nacer cuando hacía labores de partera, todo lo material quedó allá.

Con ella se vinieron sus recuerdos, la plancha que era de su abuelita y que tiene que poner a calentar en la hornilla, de fierro pesado, el metate en el que muele su nixtamal.

En casa está el jardín donde cosecha el frijol “colima”, los tomates, tiene yerbabuena, epazote, estáfate, en el patio están las gallinas y pollos que son también su alimento, la cosecha de huevos debe ser de ahí también.

El chorizo debe hacerlo ella para poderlo comer, una de sus nietas le provee de queso y leche “bronca”; siempre espera la oportunidad de comer “bayuza”, que es la flor del maguey, en esa casa quiere tener el paraíso que le fue arrebado.

Y sí estos 100 o 101 años de vida le han sido dados, lo único que esperaba es no haber tenido que pasar el dolor de perder a sus hijos, porque más allá de lo que extraña, es lo que le hace llorar, el pensarles, el haberlos visto irse antes que ella.

Llora también porque en cada mujer que sabe que vive ese dolor de tener esa pérdida, de escuchar que han dejado “tirado” o “desaparecido” ve también su propio duelo, en el que no importa cuánto tiempo pase, es un dolor que como mamá siempre tendrá.

Mamá Chema vive el duelo todos los días y el lunes prende las velas para ellos, para que tengan el camino de luz que merecen, ella sigue en movimiento sin que esos 100 años de vida se vean en su cuerpo, en tanto teje y teje las puntas de las servilletas y se mueve, quedarse sentada puede hacer que se “arruine” su cuerpo, que pierda movilidad y es algo que no desea.