Deporte y valores: una alianza para la infancia
Desde las primeras etapas de la vida, el deporte educa, protege y aleja a niños y niñas de entornos de riesgo
El Día del Niño es una oportunidad ideal para reflexionar sobre los entornos que favorecen el desarrollo integral de la infancia. Más allá del juego y la diversión, el deporte emerge como una herramienta poderosa en la formación de valores, aportando beneficios que trascienden lo físico para alcanzar lo social, emocional y ético.
Practicar deporte desde edades tempranas no solo fortalece el cuerpo, también construye el carácter, refuerza la autoestima y moldea la personalidad de niñas y niños.
Numerosos pedagogos y pensadores han subrayado la importancia del deporte y el juego en la educación.
María Montessori, pionera en pedagogía infantil, afirmaba que el movimiento es esencial para el desarrollo intelectual del niño. Según ella, “el juego es el trabajo del niño”, y es a través de estas actividades donde comienzan a interiorizar normas, límites y principios fundamentales para la vida en sociedad.
En un campo similar, el psicólogo suizo Jean Piaget destacó cómo, durante la infancia, el juego y el deporte permiten a los menores experimentar reglas, roles y cooperación. En su teoría del desarrollo cognitivo, Piaget estableció que la socialización y la toma de conciencia de normas comienzan justamente en la etapa del juego reglado, una característica esencial del deporte. Es en este tipo de actividades donde los niños aprenden el valor del respeto por el otro, la importancia de seguir normas, y el valor de la justicia.
Transmisor de valores
El deporte, cuando es practicado de manera formativa y no meramente competitiva, es un espacio privilegiado para la transmisión de valores universales como la solidaridad, el respeto, la responsabilidad, la perseverancia y la honestidad.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu señaló que las prácticas deportivas también reflejan y reproducen estructuras sociales, y que el acceso al deporte puede convertirse en una vía de inclusión o exclusión.
Por eso, el rol de padres, entrenadores y educadores es clave: deben asegurar que todos los niños tengan la oportunidad de practicar deporte en un entorno positivo, justo y seguro.
La UNESCO también ha destacado que el deporte es un “medio eficaz para fomentar la inclusión social, promover la equidad de género y reforzar la cohesión social”. Además, en su Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte, afirma que estos deben formar parte del proceso educativo de todos los niños, no solo por sus beneficios físicos, sino por su capacidad de contribuir al desarrollo humano integral.
Desde la práctica del futbol en el recreo escolar hasta las clases de natación o karate en centros deportivos, cada encuentro con el deporte representa una oportunidad para que los niños desarrollen la empatía, el autocontrol y el espíritu de equipo. Cuando un niño cae y su compañero lo ayuda a levantarse, cuando aprende a perder sin enojo o a ganar con humildad, se está sembrando una semilla ética que puede florecer durante toda su vida.
Además, los deportes de conjunto como el baloncesto, el voleibol o el beisbol enseñan a trabajar en equipo, a comunicarse de manera efectiva y a comprender que el éxito colectivo depende del esfuerzo individual. Al mismo tiempo, deportes individuales como la gimnasia o el atletismo permiten cultivar la disciplina personal, la autoconfianza y el respeto por uno mismo.
Vital, influencia de entrenador
La influencia del entrenador en este proceso es fundamental. No basta con enseñar técnicas o estrategias: el entrenador debe ser un modelo a seguir, un formador de actitudes. Como decía el psicólogo educativo estadounidense Lawrence Kohlberg, la formación del juicio moral se da por etapas, y el entorno social inmediato es determinante. Un entrenador que actúa con equidad, que promueve el compañerismo y no tolera la violencia o el engaño, puede impactar de manera muy significativa en el desarrollo moral de los niños.
Por eso, este Día del Niño es un buen momento para reconocer el rol del deporte en la educación en valores.
Fomentar que niñas y niños participen en actividades deportivas no es solo una forma de promover la salud física, sino una inversión en su desarrollo ético, emocional y social. En un mundo cada vez más necesitado de empatía, respeto y cooperación, sembrar estos valores desde la infancia a través del deporte es una tarea que involucra a toda la sociedad.
Y es que el deporte, cuando se vive con sentido formativo, también se convierte en una poderosa barrera contra los riesgos que acechan a la niñez: la violencia, las adicciones, la exclusión y la delincuencia. Enseñar a los niños a canalizar su energía, a convivir con otros, a tener metas claras y a esforzarse por alcanzarlas es ofrecerles herramientas para enfrentar un mundo lleno de desafíos. Es protegerlos, cuidarlos y, sobre todo, darles la oportunidad de crecer con dignidad, con valores y con esperanza.