Hace un año que nuestro Culiacán desapareció; nos lo quitaron y lo mataron

Jesús Verdugo
07 septiembre 2025

Una crónica personal desde la marcha por la paz, entre el dolor de las familias y el miedo cotidiano que marcó a la ciudad desde hace un año

CULIACÁN._ El domingo vi a más de 20 mil personas caminar por la Obregón. Todas vestían de blanco y la mayoría cargaba una fotografía enmarcada con la palabra “desaparecido”. Parecía pesar demasiado, porque sus rostros eran de sufrimiento y frustración. Otros llevaban a sus hijos con ellos, a modo de enseñanza: una temprana muestra de que la vida es dura.

Los gritos de esos caminantes se confundían con los llantos de un grupo de madres que iba al frente. Rezaban en susurros y pedían al cielo por el regreso de sus hijos; un dolor abrasador que obligaba a los testigos a bajar la mirada, como si fuera imposible comprender tal sufrimiento.

Los minutos pasaban y la gente no dejaba de caminar y gritar. Pedían un alto al fuego, pedían paz y tranquilidad. Me cuestioné por qué había necesidad de salir a las calles a pedir algo que, por derecho, todos deberíamos tener. Entonces vi unas efigies sobresaliendo con rostros conocidos: políticos caricaturizados y señalados por no hacer lo mínimo para lo que fueron electos.

En ese grupo también reconocí rostros familiares de víctimas: una madre que conocí llorando junto al ataúd de su hija asesinada en un retén militar; un padre reducido a la amargura, a quien alguna vez vi manchado de sangre cargando a su hija muerta al hospital, alcanzada por una bala perdida.


Culiacán ha muerto

Hace un año mataron a Culiacán y nos dejaron el cadáver frente a las narices. Ya no puedo salir a cenar con mi novia por temor a morir baleado o perder mi patrimonio en un asalto. Mis padres dejaron de salir a pasear cuando entendieron que las balas perdidas matan igual que las que no lo son.

Tengo meses sin ver a mis amigos porque el día termina a las 06:00 de la tarde, y nadie quiere recorrer el purgatorio nocturno de la ciudad después de esa hora. El bar del Centro ya cerró, aquel donde los tarros de cerveza barata y la música repetitiva amenizaban las reuniones con los compañeros de trabajo.

Las noticias de muerte me cansaron. Odio encender el celular y ver a un joven asesinado a balazos y, enseguida, a otro más. Me harté de ver soldados pasear por mi ciudad sin resultados reales. De nada me sirve tener a las Fuerzas Especiales en mi colonia si, al caer la noche, los sicarios salen a trabajar.

Esa gente vestida de blanco que vi caminar por la Obregón me recordó que todos tenemos miedo, que todos estamos de luto por los muertos de nuestra tierra y que todos estamos enojados por haber perdido la libertad.

Hace un año que tengo miedo de salir a trabajar y no regresar a casa. Tengo miedo de morir alcanzado por esas balas malditas de una guerra que nunca fue mía