Sinaloa, sociedad y universidad (a propósito de El Guacho Félix)
El día de ayer se publicó en este diario un artículo de Alejandro Sicairos (“Ronaldo González y El Guacho Félix, llevar a la UAS a su legítima cumbre”). El texto aborda los comentarios hechos a propósito de la presentación de mi libro “Tiempo y perspectiva: El Guacho Félix, misionero secular”. Alejandro es un periodista a quien respeto, conozco y reconozco desde hace muchos años, por lo cual no puedo menos que agradecer su generoso escrito. Sin embargo, me parece oportuno, aprovechando la apertura ofrecida por nuestro periódico Noroeste, referir brevemente mi propio recuento lo ahí expuesto.
En primer lugar, y toda vez que los comentaristas invitados habían ya reseñado el contenido de mi ensayo, consideré, en mi turno de intervenir, avanzar en la pregunta acerca de lo que, inspirados en el pensamiento de Félix Castro, tendríamos que hacer para abordar los problemas del Sinaloa contemporáneo. Y entonces señalé puntualmente:
1. La sociedad sinaloense requiere reconocerse a sí misma. Realizar un hecho de conciencia sin concesiones, evitando el negacionismo de la resignación y las convenientes convocatorias a una resiliencia sin más, así como, desde luego, las polarizadas lecturas de quienes sólo quieren llevar agua a su molino político.
2. Organizar, a partir de este examen, una agenda de discusión sobre los temas pendientes de la vida regional, sus procesos económicos, políticos, sociales y culturales, en cuya convergencia se ha fraguado la complicada situación actual.
3. Arribar a un Gran Acuerdo Público y Social que permita, con diagnósticos y líneas de acción precisas de corto, mediano y largo plazo, avanzar en la reconversión económica de la región, el abatimiento del déficit de cohesión social y la creación de alternativas de vida que restituyan un propósito a la sociedad sinaloense.
En este ejercicio de deliberación, elaboración de propuesta y ejecución de políticas, deberán participar los centros de educación superior, los gremios de trabajadores y empresarios, los medios de comunicación, las Instituciones de Asistencia Privada y las Organizaciones No Gubernamentales, los organismos políticos, las agrupaciones de desplazados, los defensores de los derechos humanos, las diferentes instancias de gobierno —con especial énfasis en el orden estatal—, así como, por supuesto, las ciudadanas y ciudadanos interesados en reconstituir la esfera de lo público y definir una agenda inmediata para el desarrollo articulado de la región.
En este punto fue en el que hice referencia a la responsabilidad social de las universidades, cosa en la que El Guacho Félix no dejó de insistir a lo largo de su vida y en buena parte de su obra. Él subrayó siempre la necesidad de trascender la idea de la autonomía entendida como puro y duro resguardo institucional: la UAS, como el resto de universidades públicas, tiene que reimplantarse socialmente, tiene que generar saber pertinente para la sociedad que le otorga razón de ser; tiene que poner a circular el conocimiento científico y humanístico, traducir lo traducible técnicamente y no considerar que la tarea se cumple teniendo regularmente clases y adquiriendo solamente certificaciones, puntajes o competencias.
Esta es una cuestión sobre la cual tendría que debatirse internamente y con la convocatoria a actores públicos y sociales relacionados con las diferentes temáticas de la producción del saber, las profesiones y su ejercicio en el mundo contemporáneo, el país y la región. Ejemplifico con el caso que conozco: las humanidades y las ciencias sociales tendrían que ir más allá de las publicaciones indexadas, las rigideces teóricas y metodológicas, las jergas terminológicas y demás, para ofrecer explicaciones con densidad histórica de nuestra violencia, nuestro estancamiento económico y nuestra fragilidad social. Ofrecer explicaciones, interpretar, saber con qué conflicto o situación estamos topando, cómo se ha gestado, cómo enfrentarlo o gestionarlo, qué opciones de política pública o de acción colectiva pueden plantearse a la vista de la sociedad sinaloense. En eso tendría que residir su aportación a la reflexión colectiva y a la construcción de una agenda pública y social en la región.
Esto es algo que, junto con otros académicos, he sostenido desde hace tiempo. Por lo menos desde los años en que se implantó aquel modelo ideológico de la llamada Universidad Democrática, Crítica y Popular. Añejo problema, ciertamente, que cruza los más de 150 años de andadura de la principal institución de educación superior del Datemex de México.
Ubicar el asunto en una estricta y específica coyuntura política, tal y como se ha hecho con la situación toda del estado y de la universidad, es resignarnos a mantener la cabeza sumida en las turbulentas corrientes de estas aguas, en efecto, ya tan revueltas. Fijarnos propósitos compartidos y trabajar unidos con rumbo y sentido, eso es lo que ahora mismo requiere Sinaloa.
Tal fue el sentido de mi convocatoria el viernes 28 de febrero en el Colegio de Sinaloa.