Morir cantando: la política de los corridos tumbados
No es extraño que la música -en particular la música comercial-, despierte opiniones de índole moral. Desde hace ya varias décadas, la música popular –esa que predomina en radios y medios digitales– es un producto de lo que suele llamarse “contracultura”. Géneros como el rock, el hip hop o la electrónica comparten una raíz “marginal”, fundamentalmente asociada con la rebeldía y la aspiración juvenil de entre los estratos sociales más bajos, que a su vez ha sido clave para su éxito comercial. Estos “ciclos musicales”, en los que una contracultura se torna dominante, ocurren a la par de una reacción opuesta, aparente en la aversión o incomodidad de los defensores de las convenciones.
Dado el éxito económico, el escándalo social, y el profundo disenso cultural que acompaña el boom comercial de este tipo de géneros musicales, no es tampoco extraño que el debate moral se convierta en un problema político. En el panorama musical del México contemporáneo, el éxito global de los corridos tumbados está suponiendo una reconfiguración cultural y social profunda, particularmente entre las generaciones más jóvenes. Quienes en el plano político observan esta situación con disgusto, particularmente desde el ámbito local (1), han optado por las vías de la prohibición, emitiendo decretos y reformando reglamentos que penalizan su interpretación pública.
El desarrollo de medidas dirigidas a regular la industria musical no es ninguna novedad. A la memoria vienen las campañas mediáticas y legislativas, impulsadas por políticos estadounidenses, para prohibir el gangsta rap durante los 80 y 90. Se trataron de esfuerzos infructuosos (2), únicamente célebres por fortalecer una postura a favor de la censura musical, construida a partir de una lectura centralmente moral del contenido lírico. Así como al hip hop de finales del siglo pasado, a los corridos tumbados, sus intérpretes y la industria musical que los financia se les acusa de normalizar y hacer apología del asesinato, del crimen y del consumo de drogas: preocupaciones dominantes entre la sociedad mexicana y temas clave en la actual tensión diplomática con el Gobierno de Estados Unidos (3).
El argumento de la “apología a la violencia” parece estar fundado en el contenido temático de los corridos tumbados. Sin embargo, lecturas morales aparte, sus letras brindan también una oportunidad para dar cuenta de los cambios sociales vinculados al crecimiento del crimen organizado, hecho reconocido por sus compositores y consumidores. Como en su momento hicieron los primeros corridos, nacidos en tiempos de la Revolución Mexicana, las letras de los corridos tumbados evocan episodios de una realidad conflictiva, incierta y violenta -la de la guerra contra el narcotráfico-, personificada a través de las historias de los líderes e integrantes de los cárteles de la droga. Las proezas y cualidades, a la vez reales e imaginarias, de estos personajes -sobre todo aquellas asociadas con el tráfico, el consumo de drogas, y la violencia contra los enemigos- han adquirido resonancia ante un público global gracias al ingenio narrativo de los jóvenes compositores de corridos (4).
Estos últimos, como sugiere Natalia Mendoza, han sabido emparentar el deseo de movilidad social de una generación mayoritariamente precarizada con una versión estilizada del tráfico de drogas, patente en la equiparación entre marcas de lujo y las siglas de los cárteles (5). La equiparación no es forzada, pese a lo que pueda concluirse a partir del juicio moral; sino, hasta cierto punto, cercana a las dinámicas sociales que rodean a la economía ilegal.
En los contextos precarizados, violentos y marginalizados que enfrenta la juventud mexicana, la economía criminal se ha vuelto la única alternativa para asegurar medios de sustento y movilidad social que no existen en el ámbito formal, regulado por el Estado. La expansión del crimen organizado, como contraparte o suplemento del aparato estatal, está necesariamente vinculada con la persistencia de las condiciones estructurales que alientan el desarrollo de esta clase trabajadora de las economías ilegales -compuesta por pistoleros, narcomenudistas y pequeños traficantes-, cuya condición criminal, en contextos de alta violencia, provoca en ellos una peculiar familiaridad con la muerte, de la que también dan cuenta los corridos tumbados:
“Quizá fui un cualquiera
Pero nunca del montón
Y el que ahora me muera
No me quitará ese don
Bien, yo tuve la culpa
Porque sabía que era mortal
Pido una disculpa
Por no atacar ese mal”. (6)
Finalmente, prohibir los corridos tumbados quizá tranquilice a la clase política, pero difícilmente hará desaparecer la violencia, el crimen o la desigualdad que les dan sentido. En todo caso, estas medidas confirman lo de siempre: cuando la realidad incomoda, es más fácil culpar al espejo que asumir el rostro. Los jóvenes compositores y consumidores de corridos, junto a la generación de traficantes y sicarios criminales a los que les cantan, son los hijos de ese mismo Estado que, incapaz de garantizarles una vida digna, ahora pretende silenciar las canciones que exhiben las consecuencias.
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El autor es Fernando Escobar Ayala (@ferchovzky)
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1. El hecho de que los corridos tumbados hayan nacido como composiciones dirigidas fundamentalmente a un público local -incluso asociable con el México agrario y ranchero-, lejos del ánimo cosmopolita y tecnificado del centro capitalino, refuerza su condición contracultural, y vuelve aún más significativos los alcances globales que ha adquirido de la mano de la industria musical internacional.
2. Quizás su único resultado destacable fue la creación del famoso etiquetado negro de “Parental Advisory Label” en 1985, que advierte sobre el contenido explícito de la música. Hay quienes afirman con razón que la etiqueta, lejos de cumplir su propósito de desincentivar el consumo, reforzó el espíritu contestario del hip hop, aumentando su atractivo cultural.
3. Es llamativo que la Presidenta Claudia Sheinbaum esté encabezando una campaña que promueve una suerte de “depuración moral” de los corridos tumbados, a la vez que el gobierno de Donald Trump lanza constantes acusaciones de cooptación o colusión del Gobierno mexicano por los cárteles de la droga. La presión diplomática es, en ese sentido, el principal factor que parece motivar las diferentes modalidades de censura de los corridos tumbados en la actualidad.
4. No es por ello extraño que una buena parte de estos corridos sean compuestos a modo de encargo directo por parte de algún “patrón” o “pesado” criminal: “El encargo de composiciones por parte de narcotraficantes forma parte de su consumo opulento y suntuario. La difusión de sus composiciones genera distinción, aceptación y mayor visibilidad en la vida cotidiana. Al solicitar narcocorridos, el narcotraficante ejercer, legitima y hace visible su poder.” Véase: Cesar Jesús Burgos Dávila, “¡Que truene la tambora y que suene el acordeón! Composición y consumo de narcocorridos en Sinaloa”, Nueva Sociedad, 2024.
5. El ejemplo quizás más conocido: “Me dicen TQM (te quiero mucho), cuando ven el BM (auto de lujo), repartiendo el queso (la droga) de JGL (Joaquín Guzmán Loera)”, de Fuerza Regida. Es el mismo ejemplo usado por: Natalia Mendoza, “Plebada Bélica”, Nexos, 1 de julio de 2023.
6. La canción es “El día de los muertos”, de Alfredo Olivas.