La crítica liberal estadounidense y el fascismo trumpista
Para muchos de los críticos del liberalismo mexicano, López Obrador y Donald Trump son dos dirigentes políticos populistas. El mexicano sería de izquierda, y el estadounidense de derecha. Sin embargo, ya con Claudia Sheinbaum en Palacio Nacional y Trump de regreso a la Casa Blanca, académicos y periodistas mexicanos definen cada vez más al régimen mexicano como populista autoritario e incluso como dictatorial, pero a Trump lo siguen definiendo como populista de derecha, pero no fascista.
En México, a académicos, políticos y periodistas liberales no parece preocuparles mucho la creciente derechización de gran parte de la sociedad estadounidense y de su gobierno, salvo cuando se actúa contra los inmigrantes mexicanos, porque cuando Trump presiona contra el crimen organizado mexicano y el gobierno de Claudia Sheinbaum es evidente que les parece algo necesario y digno de festejar, sin reflexionar si esas decisiones del gobierno de la Casa Blanca son, en realidad, parte de una vieja estrategia intervencionista en lo que los gringos consideran su “patio trasero”. Es más, el liberalismo mexicano considera que los aranceles trumpianos son simplemente la nueva política comercial de Estados Unidos en búsqueda de un nuevo orden económico internacional sin pensar que es también parte de una filosofía económica nacional-chovinista que sustenta al emergente fascismo norteamericano. Gran parte de la clase obrera blanca y las clases medias depauperadas de Estados Unidos -la base social fundamental de Trump- piensan que cerrando la economía a las importaciones extranjeras y a los inmigrantes se recuperarán los empleos industriales y los salarios. El hombre naranja aceptó esa idea, sobre todo en su segundo cuatrienio, y por eso ha radicalizado su narrativa, llevándola cada vez más cerca del fascismo.
En Estados Unidos, en contraste con México, los más preocupados por las políticas de Trump en cualquier área, son intelectuales, activistas sociales y periodistas liberales. Los académicos, sobre todo los especializados en el estudio del fascismo, como Jason Stanley, Marci Shore y Timothy Sneyder, tres ex profesores de Yale que han huido al extranjero, así como Marc Lazar, Oliver Burtin, Ruth Ben Ghiat, John Kelly y muchos más, sostienen la tesis de que Estados Unidos con Trump se está convirtiendo en una sociedad fascista o por los menos “iliberal”. Tal hecho afecta no tan sólo a los hijos del Tío Sam, sino también a gran parte del mundo, incluyendo en primer lugar a México.
Para Jason Stanley, el hecho de que en Estados Unidos las instituciones democráticas sean atacadas y el Estado de Derecho haya sido roto, que se detengan estudiantes, que los tribunales sean un desastre, que inmigrantes con estatus legal hayan sido detenidos, que las universidades sean presionadas financieramente para que se dobleguen al Gobierno, son algunas de las evidencias de lo que él y otros académicos y periodistas sostienen.
El mismo The New York Times, catedral del periodismo liberal estadounidense y paradigma para muchos diarios del mundo, le da espacio creciente a los comentarios y análisis de expertos en estudios del fascismo, tal y como sucedió en el video que produjo en el mes de junio pasado, donde entrevista a Stanley, Shore y Snyder (We’re Experts in Fascism. We’re Leaving the U.S. | NYT Opinion).
Estados Unidos ha fracasado rotundamente en su guerra interna al tráfico y consumo de drogas, iniciada desde 1972, pero ahora, con el pretexto de que los países latinoamericanos son los causantes de esa epidemia, ha lanzado contra ellos las políticas más agresivas que se tenga memoria. Ya invadió Panamá en 1989 y ahora amenaza hacerlo en Venezuela y México.
Por supuesto que el crimen organizado es un enorme problema en México y, hasta ahora, el Estado no ha sido capaz de detenerlo; pero el problema fundamental de su crecimiento, al margen de la corrupción y el contubernio de los gobiernos mexicanos desde hace décadas, es la demanda incesante de drogas en Estados Unidos. Mientras ésta persista, el tráfico de drogas de México y otros países latinoamericanos continuará, por más esfuerzos que se hagan o puedan hacer para combatirlo.
Ahora bien, pasando al terreno exclusivamente político, a Trump no le angustia que en México se vuelva a perfilar un régimen populista autoritario, al estilo del viejo PRI, mientras, al igual que los viejos priistas, y los neoliberales, ya sean panistas o tricolores, acaten sus políticas comerciales, migratorias y criminales. No obstante, no le desagradaría nada que el populismo asistencialista de izquierda perdiera el poder y se instalara una derecha abiertamente pro estadounidense y trumpista con la que la Casa Blanca se entendería plenamente.
Morena, de seguir protegiendo a políticos corruptos, nepotistas y arribistas en aras de lo que ellos consideran la “unidad” partidaria, seguirán traicionando el ideario que les dio origen y, sobre todo, desperdiciando la histórica oportunidad de empezar a construir una cultura política mexicana distinta, más apegada a derecho y a la ética. Ese es el mejor escenario para que la derecha, como en estos días sucede en Bolivia y como poco antes aconteció en Argentina, encuentre una vía para el regreso al poder, pero ahora con mayor extremismo y, seguramente, apoyados por la ultraderecha trumpiana.
La 4T no entiende que las políticas salariales y los programas sociales que han sido exitosos y le han proporcionado un gran respaldo popular deben ir acompañadas de un sistema político con clara división de poderes, plena obediencia a la legalidad y una ética de servicio público.