La celebración de lo inevitable

Isaac Aranguré
12 agosto 2025

La semana pasada celebré un cumpleaños más, y como siempre, hubo una alegría palpable entre amigos y familiares. Sin embargo, en medio de la celebración, una idea se posó en mi mente, la curiosidad de cómo celebramos el avance del tiempo como si estuviéramos simplemente ignorando que caminamos hacia un destino inevitable. Cada cumpleaños parece una pausa en ese trayecto, un alto para mirar atrás y hacia adelante, pero lo cierto es que, si nos detenemos a pensarlo con claridad, el destino inevitable del que hablo es la muerte.

Es curioso cómo, a lo largo de nuestras vidas, solemos ignorar la muerte, como si fuera un fantasma lejano, una sombra en el horizonte que nunca logra tocarnos. Vivimos nuestros días como si el tiempo fuera interminable, como si el reloj estuviera programado para darnos siempre más, la rutina diaria, las preocupaciones, las aspiraciones, nos sumergen en un ciclo continuo en el que rara vez le damos espacio a una reflexión profunda sobre nuestra finitud.

La muerte, en nuestra vida moderna, es un tema incómodo, preferimos no hablar de ella, no pensar en ella, en lugar de verla como una parte integral de nuestra existencia, la ocultamos bajo el manto del olvido, como un detalle insignificante que no vale la pena explorar. Vivir, entonces, se convierte en una especie de rutina en la que nos enfocamos en metas, logros y placeres, sin espacio para reflexionar sobre el propósito último de nuestra existencia.

Y es entonces que a veces, un destello de realidad se cruza en nuestro camino y nos recuerda lo breve que somos, un accidente, una enfermedad, la pérdida de un ser querido, o incluso una reflexión durante un cumpleaños, pueden hacernos detener por un momento y ver lo que hemos estado ignorando. En ese instante, la muerte deja de ser un concepto lejano para convertirse en algo real, algo que nos pertenece, algo que no podemos eludir, la fugacidad de la vida se revela ante nosotros, y con ella, la profunda sensación de que el tiempo no es un recurso infinito.

Este destello de conciencia, aunque perturbador, es también un regalo, uno que me parece profundamente hermoso, nos recuerda que cada momento tiene un valor inmenso, que el tiempo que pasa es irreversible y que lo que hacemos con él es lo único que realmente importa. Si bien la muerte es el fin inevitable, la vida es el único territorio que tenemos para vivir con conciencia, este recordatorio de nuestra fragilidad nos invita a ser más conscientes de lo que realmente queremos hacer, de las relaciones que cultivamos, de las pasiones que nos impulsan, y de las huellas que dejamos en el mundo.

Es cierto que, al mirar la muerte con claridad, podemos encontrar miedo, la muerte nos obliga a enfrentarnos a lo incierto, a lo desconocido, a lo irreversible, pero, en lugar de vivir aterrados por esa inevitable realidad, ¿por qué no usarla como un impulso para vivir con más propósito? ¿Por qué no reconocer que la brevedad de nuestra existencia es lo que le da sentido a lo que hacemos cada día? La muerte nos desafía a tomar decisiones más sabias, a valorar lo que realmente importa, y a aprovechar el tiempo que tenemos para crear algo que perdure más allá de nosotros mismos.

El destino inevitable de la muerte, lejos de ser un concepto que debe ser evitado, es algo que deberíamos abrazar con sabiduría, si aprendemos a ver la muerte no como una enemiga, sino como una compañera constante que nos recuerda la brecha que existe entre lo que somos y lo que podríamos ser, podemos vivir más plenamente, en lugar de huir de ella, podemos usarla como una brújula que nos guíe en nuestra travesía hacia lo que realmente queremos dejar atrás.

Nunca he comprendido por qué si esta vida es lo conocido, no hacemos un esfuerzo más manifiesto, en lo colectivo, por construir el cielo aquí, el paraíso aquí, porque no nos esforzamos más por sacar del infierno en el que viven millones de nosotros, no por una redención eterna, sino por una terrenal, aquí y ahora.

Así que, en lugar de celebrar el paso del tiempo como un avance hacia un destino desconocido, quizás sea más sabio celebrarlo como una oportunidad para vivir de manera más auténtica, para estar más presentes, para amar más profundamente y para crear más conscientemente. Al final, no se trata sólo de cuántos años cumplimos, sino de cómo vivimos esos años que nos son dados.

Muchas gracias a todos por sus buenos deseos, gracias por leer hasta aquí. Nos leemos pronto.

Es cuánto.