Juventud, ¿redes o realidad?
Interactuamos más a través de pantallas, pero cada vez menos en parques, aulas o plazas. En esta paradoja digital, donde estamos hiperconectados pero a menudo más solos, vale la pena preguntarnos: ¿cómo está transformando internet la vida de nuestros jóvenes?
El propósito original del internet fue compartir información en segundos, facilitar el conocimiento y acortar distancias. Sin embargo, su uso actual entre los jóvenes muestra una ruta distinta, marcada por entretenimiento constante y validación externa.
El internet es una red global que conecta computadoras, teléfonos y dispositivos entre sí, permitiendo compartir información en tiempo real. A través de esta infraestructura, es posible enviar mensajes, realizar videollamadas o acceder a cursos universitarios con un solo clic. Su potencial como herramienta educativa y de desarrollo es innegable.
Para analizar cómo lo están usando realmente los jóvenes en México, recurrimos a los datos más recientes de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH, 2024) del Inegi. Esta fuente permite observar tendencias y contrastar el uso ideal del internet con su aplicación cotidiana.
Los principales motivos de conexión en México son comunicación (93 por ciento), redes sociales (90.4 por ciento) y entretenimiento (89 por ciento). Sólo después aparecen búsqueda de información (88.2 por ciento) y apoyo educativo (81.3 por ciento). Esta jerarquía revela que, aunque el acceso está generalizado, el enfoque no es necesariamente formativo.
En Sinaloa, este fenómeno se acentúa. Por ejemplo, el 85 por ciento de los jóvenes en Culiacán tiene un smartphone, pero sólo el 30 por ciento lo emplea para fines educativos. La mayoría consume videos cortos, memes o realiza compras en línea.
La edad que más tiempo permanece conectada es la de 18 a 24 años, con un promedio de 5.7 horas al día. Le siguen los adolescentes de 16 a 17 años con 4.5 horas. Aunque los niños de 6 a 11 años reportan 2.6 horas, las tendencias apuntan a un crecimiento sostenido en todos los grupos.
La adolescencia es crítica para el desarrollo de la identidad social. Los hábitos digitales adquiridos aquí suelen mantenerse en la adultez. En este entorno, los algoritmos de plataformas como TikTok o Instagram moldean aspiraciones, lenguaje y emociones. Según ENDUTIH, el 78 por ciento de los usuarios accede a contenidos de audio y video, y el 77.9 por ciento a redes sociales. El promedio diario en TikTok supera las 2.5 horas, mientras que las conversaciones familiares no llegan a 30 minutos.
¿Quiénes están educando a nuestros jóvenes? En muchos casos, son personajes populares en internet conocidos como influencers que, con videos breves y emocionalmente intensos, se vuelven más influyentes que cualquier maestro o familiar.
La ENDUTIH señala que el 90.6 por ciento de quienes tienen celular lo usan para mensajería instantánea, pero solo el 27.4 por ciento edita contenidos de forma creativa.
Frente a esta realidad, la información estadística se vuelve un recurso valioso. La ENDUTIH permite detectar patrones de uso, pero no alcanza a cubrirlo todo, dos aspectos que falta por explorar son: los efectos del uso excesivo de redes en la salud mental, además de distinguir el tipo de contenido consumido. Aun así, nos ofrece una base sólida para actuar.
Internet no es bueno ni malo, sino un espejo que devuelve lo que decidimos proyectar. Comprender cómo lo usan nuestros jóvenes nos permite intervenir con propuestas realistas, sin caer en el rechazo tecnofóbico ni en la aceptación ingenua.
Por eso, proponemos tres medidas: 1. Talleres escolares sobre huella digital, para que los jóvenes comprendan el rastro que dejan en línea. 2. Campañas contra el doomscrolling, ese consumo compulsivo de noticias negativas que desgasta la salud emocional. 3. Creación de clubes digitales en escuelas que enseñen a evaluar la calidad de la información y fomentar la creatividad digital.
Padres y madres, familias en general, es momento de hacernos presentes. El tiempo que pasan nuestros hijos en redes sociales se acumula y forma parte de su identidad. No podemos delegar su formación a algoritmos. Recuperemos espacios de diálogo, con el mismo entusiasmo con que revisamos nuestros celulares.
Internet es una herramienta poderosa. No por estar siempre disponible implica que lo entendamos. Con los datos del INEGI como brújula, podemos tomar decisiones que favorezcan a las nuevas generaciones. La información, por sí sola, no es poder. Pero las decisiones que tomamos con ella, sí.