Golpe a Altata, el tiro de gracia
Fue esta malvada narcoguerra
Altata está pagando el costo trágico de quién sabe qué ajustes de cuentas entre grupos del narcotráfico que le significan, figurativamente, el tiro de gracia a su agonizante actividad turística sobre la cual descansa la economía regional, y sufre además la extinción del lustre como remanso de esparcimiento que al centro de Sinaloa le es como oasis en el desierto, pero transmutado ahora a otra sucursal del infierno llamado narcoguerra.
Abducida por la violencia que abarca la franja desde El Tamarindo hasta Villa Juárez, de La Palma a Sataya, Altata sufrió el fin de semana el peor ataque que le haya asestado la delincuencia después del atentado que el 5 de noviembre de 2008 fue dirigido contra el entonces Alcalde Fernando García, en el que murieron César Villaescusa Urquiza, excandidato a la Presidencia Municipal y el hijo de éste, el Regidor César Villaescusa Gastélum, así como el también Edil Andrés Carillo Ramírez.
A la vista de todos la incertidumbre se posó sobre un pueblo que desde el esfuerzo lícito le daba forma a un destino de playa rico en oportunidades en turismo, pesca y acuacultura, confiando en que el Estado de derecho la pondría a salvo del choque interno en el Cártel de Sinaloa, esa protección gubernamental que de hecho desvaneció cuando más se le necesitaba.
Lo que sucedió, así sin matices, es que el hampa nos ha arrebatado la bahía paraíso a pesar de que está resguardada por la Capitanía de Puerto a cargo de la Secretaría de Marina y los operativos que la protegían siempre, según el Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana de Sinaloa, Óscar Rentería Schazarino. Fue un alevoso golpe de salvajismo descargado contra las mansas aguas de la ensenada y las cautivantes olas de mar abierto.
Y fue mucho más que eso porque el evento de inseguridad del 13 de septiembre, en el cual sicarios dispararon contra instalaciones de la sede de la Sindicatura y de vigilancia del fraccionamiento Isla Cortés, balas que cegaron la vida de la maestra Jesamel, adquirió tal impacto político y social que originó que el Gabinete de Seguridad estatal decidiera suspender del Grito de Independencia que se efectuaría la noche del 15 en la plaza cívica del Palacio de Gobierno, en Culiacán.
Fue el escarmiento a pescadores, restauranteros, lancheros, músicos, transportistas y ambulantajes que empezaban a soñar con el regreso de la indispensable tranquilidad que les permitiera retomar el trabajo que es el único medio de sustento lícito del que disponen centenas de familias que han sido testigos de bellos atardeceres que esta vez anuncian largas noches de intimidación y encierros. La contradicción de oír sonar el tictac de relojes que anunciaban el regreso de la normalidad, y corroborar que en realidad lo que notificaban era la intensificación de la violencia.
Fue la onda expansiva del miedo y la sensación de inseguridad que desde la costa abarcó a los municipios de Culiacán, Navolato, Angostura y Eldorado, reinstalando la única certidumbre posible entre tanta barbarie evidente: las estrategias militares y policiales contra los generadores de narcoviolencia se encuentra todavía en la fase de contención, lejos de la divisa de pacificación que añora una sociedad tras un año de fuego, sangre y pánico.
Pero también la ráfaga criminal fue como otro grito de auxilio para que los sinaloenses vayamos al rescate de Altata, el ahora puerto náufrago que no hallará durante meses islas de paz y seguirá a la deriva en medio del océano de la crueldad cuyas aguas agita y tiñe de sangre el crimen. Solicitud de ayuda urgente con el apremio adjunto de movilizarnos pronto antes de que otro impacto de irracionalidad asesine la poca esperanza que sobrevive asida a la desesperación.
Entonces sin mayor trámite hagamos la maniobra del salvamento que no podrán realizar por solos el Alcalde José Rosario Bojórquez Berrelleza, el Gobernador Rubén Rocha Moya ni el Ejército, Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva, mucho menos los habitantes de Altata. No si los culiacanenses omitimos ser la cadena humana que le dé socorro a esa porción de arena, sol y mar que quiere resistir así le llegue hoy el agua hasta el cuello.
Altata no te acobardes,
al sentir que ahora seas,
La industria sin chimeneas,
Que entre narcofuegos ardes.
El uso de artefactos explosivos para atacar un domicilio en la colonia Jaripillo de Mazatlán, con el saldo de un hombre muerto y una mujer herida, así como los recientes aseguramientos de este tipo de instrumentos de narcoguerra en poblados de los municipios de Navolato y Concordia, encienden señales de alarma respecto al escalamiento de la violencia a actos terroristas, multiplicando el horror que en Sinaloa no toca fondo. O bien los operativos militares logran desarmar los peligrosos dispositivos antes de que afecten a la gente pacífica, o el ruego de piedad se les tendrá que hacer a los sicarios para que eviten la afectación a personas y familias que nada tienen que ver con las facciones confrontadas en el Cártel local.