Gisèle Pelicot: la voz que rompió el silencio y puso la vergüenza del lado del violentador

Lexia
09 marzo 2025

Hay formas de violencia que preferimos pensar que no existen, porque reconocerlas implicaría aceptar lo mal que está nuestra sociedad, lo terribles que podemos ser como seres humanos. La historia de Gisèle Pelicot es una de ellas. Su esposo, Dominique Pelicot, el hombre en quien confiaba, la drogó durante años y ofreció su cuerpo en un sitio de internet francés, donde desconocidos pagaban por violarla en su propia casa.

Este caso es espantoso, sí, pero más aterrador es saber que no es un hecho aislado, se llama sumisión química, y es una de las formas de violencia más invisibilizadas. Implica drogar a una persona sin su consentimiento para someterla sexualmente, y se usa más de lo que imaginamos. No es sólo algo que ocurre en bares o fiestas, sino dentro de los hogares, en espacios donde supuestamente deberíamos estar seguras.

Podría parecer que esto nos queda lejos, que es un problema de otro país, sin embargo, no es así. En México, donde cada día son asesinadas más de 10 mujeres, donde la impunidad en delitos sexuales supera el 90 por ciento, y donde miles de casos de abuso nunca llegan a una denuncia formal, la historia de Gisèle no solo es cercana, es urgente.

Hace apenas unas semanas, en Puebla, se difundieron testimonios de mujeres que fueron drogadas en bares, con algo llamado burundanga. En Nuevo León, Jalisco y la Ciudad de México hay reportes constantes de jóvenes a las que intentan intoxicar en fiestas y antros. La sumisión química también es una realidad en México y, como en el caso de Gisèle, la mayoría de las víctimas ni siquiera recuerdan lo que les hicieron.

Los medios han señalado que los 50 hombres que pagaron para violar a Gisèle eran «personas comunes, no eran criminales en el sentido clásico de la palabra, sino individuos que “viven entre nosotros”»: vecinos, compañeros de trabajo, incluso padres de familia. Seguimos imaginando a los depredadores como seres monstruosos, distintos, lejanos, cuando en realidad están en nuestras casas, en nuestras reuniones familiares, en nuestra vida cotidiana. Las cifras lo confirman: la mayoría de las agresiones sexuales son cometidas por personas cercanas a la víctima.

Ninguno de los hombres que accedieron a esta “oferta” denunció. Ninguno. Al contrario, dos de ellos incluso le propusieron al esposo de Gisèle hacer lo mismo con sus propias esposas. Esto no sólo revela el nivel de impunidad con el que operan estos agresores, sino lo normalizado que está el abuso.

Las calles de México se llenaron de nuevo de mujeres exigiendo justicia. Algunas gritan por sus hijas, por sus amigas, por ellas mismas. Otras, porque sabemos que la violencia machista es un sistema que opera con la complicidad de instituciones y sociedades enteras.

Marchamos porque el caso de Gisèle no es un hecho aislado, sino un síntoma de lo que nos ocurre en todas partes. Marchamos porque en México la violencia contra las mujeres sigue sin ser una prioridad para nadie, porque demasiados agresores siguen libres, porque la culpa, el juicio y la vergüenza siguen recayendo en las víctimas, cuando debería pesar sobre los agresores y quienes los encubren, porque cada vez se desbloquea un nuevo nivel de violencia, insoportable, inimaginable y necesitamos leyes que nos protejan.

Marchamos porque historias como la de Gisèle nos recuerdan que el silencio no es una opción.

Gisèle supo la verdad sólo porque la casualidad intervino. Su esposo fue arrestado en un centro comercial cuando intentaba tomar fotografías por debajo de la falda de una mujer. Fue entonces, al revisar su teléfono, cuando las autoridades encontraron los videos de Gisèle, drogada hasta el borde del coma.

Los otros agresores, en su defensa, declararon que no creían que fuera violación porque “el esposo estaba de acuerdo”. ¡Háganme el favor! El colmo, como si el consentimiento de un tercero pudiera anular el derecho de una mujer sobre su propio cuerpo. Como si la voluntad de un hombre valiera más que la de una mujer.

El lado positivo es que, a diferencia de la mayoría de los casos, este sí llegó a una sentencia. La justicia alcanzó a Gisèle, pero en México, miles de mujeres siguen sin siquiera obtener una denuncia formal. Su caso nos muestra que sí es posible que un agresor reciba castigo, pero también nos recuerda cuántas víctimas quedan en el olvido, cuántas historias ni siquiera llegan a una carpeta de investigación.

En México, la preocupación por la sumisión química sí ha llegado al ámbito legislativo. En abril de 2023, la diputada Nayeli Arlen Fernández Cruz presentó una iniciativa para reformar el Código Penal Federal, buscando tipificar la sumisión química como un delito específico. Esta propuesta contempla sanciones más severas para quienes suministren sustancias que anulen la voluntad de una persona con fines delictivos.

Además, en octubre de 2023, el Congreso del Estado de Sinaloa dio lectura a una iniciativa similar, reflejando un esfuerzo por abordar este tipo de violencia en distintos niveles gubernamentales. Sin embargo, mientras estas iniciativas avanzan lentamente en el poder legislativo, en las calles y en los hogares, miles de mujeres siguen en riesgo.

Podríamos decir que todo esto es increíble, pero no lo es. Es real. Es frecuente. Y es la razón por la que seguimos marchando cada 8 de marzo.

El caso de Gisèle es un recordatorio brutal de por qué la lucha por nuestros derechos no puede cesar. De por qué seguimos denunciando la impunidad y exigiendo justicia. De por qué gritamos en las calles: “No estamos todas, nos falta una”.

Pero también es una historia de resistencia. Gisèle no se ha quedado en la vergüenza, en el dolor ni en el silencio, no tendría por qué. Ha hablado, ha denunciado y ha tomado el control de su propia narrativa. En un mundo que insiste en callarnos, su voz rompe el esquema de la víctima pasiva y se convierte en un símbolo de dignidad y lucha. Ella no solo ha exigido y obtenido justicia, está redefiniendo lo que significa luchar y no permitir que nadie te arrebate tu dignidad y derecho a vivir una vida libre de violencias, se ha convertido en una inspiración. Así que sí, la vergüenza debe quedar del otro lado. ¡Merci Gisèle!

La autora es Aline Ross, de @LEXIAGlobal @AlineRossG