En la narcoguerra, niños sin infancia

Alejandro Sicairos
01 mayo 2025

Fue el 28 de abril, dos días antes de que iniciara en Sinaloa el tradicional ritual político, escolar y comunitario para festejar a las niñas y los niños. Aquellos pequeños salieron a marchar unas cuantas cuadras, pero trecho enorme si se mide en razón de la distancia que existe entre la justicia lenta y la impunidad vertiginosa, en respaldo de la lucha de sus familias por encontrar a víctimas de desapariciones forzadas, plasmando el tremendo impacto que deja la violencia en la población infantil.

Es posible que muchos preguntaran por quién gritaban los chiquillos frente al edificio de la Fiscalía General del Estado consignas como “papá escucha, tu hijo está en la lucha” o blandieran cartulinas con la exigencia de regresarles vivos (porque vivos se los llevaron) a sus hermanos, padres y tíos. La respuesta es que alzaban las voz y esgrimían las pancartas por todos nosotros, desde el mismo clamor que demanda recuperar a los suyos.

Golpeados directamente por el crimen organizado que se lleva a sus seres queridos y nunca vuelven a saber de ellos, a no ser que los hallen en alguna fosa clandestina o medie el inusual barrunto de clemencia para que los hampones los liberen con vida, a esta infancia se le asesta el abandono repetido en todas las formas posibles no obstante que se trata del sector poblacional a expensas de cuantas vulnerabilidades existan.

Son también las niñas y niños el mejor parámetro para medir la capacidad de la delincuencia vertebrada en imprimir terror y saña. Viéndolos a ellos en la circunstancia de amparo o soledad, víctimas o ilesos, es posible dimensionar no sólo dónde estamos sino a dónde podemos llegar en caso de no actuar como sociedad hasta hacer que las instituciones de seguridad y de procuración e impartición de justicia sean en los hechos amparos invulnerables que protejan a la niñez.

A esta cara de nuestra barbarie cotidiana que deriva de la guerra en el Cártel de Sinaloa le tenemos que responder con el suficiente arrojo colectivo, tanto que ningún menor de edad sucumba en las garras del monstruo criminal. Basta de actuar con la mentalidad de que la tragedia sólo alcanza a los otros, alimentando la quimera de que habitamos en el lote baldío exento de atrocidades y días negros que ahora no solamente son los jueves sino cualquier fecha. El tamaño del salvajismo apremia a vencer el silencio que impide hasta ofrecer puntos de vista.

El costo que está pagando la niñez de Sinaloa sin tener que ver con la narcoguerra es doloroso e inadmisible. De acuerdo a las estadísticas de instancias de la seguridad pública, de septiembre de 2024 a abril de 2025 desaparecieron en Sinaloa 165 niñas, niños y adolescentes y 81 no han sido localizados, que delata la aberrante permanencia de los criminales por encima de la gente pacífica.

Habrá que agregar que también son niñas y niños los huérfanos, los dejados a la deriva en materia de atención a la salud mental alterada por la narcoguerra, escuelas inseguras, hogares destrozados, fuegos cruzados y toques de queda determinados en las familias. Confinados en el circunloquio que considera la violencia como el mal que aqueja sólo a los criminales, preferimos cerrar los ojos para no vernos ni considerar al prójimo como potenciales víctimas colaterales.

En este contexto pleno de incertidumbres, la celebración del Día del Niño decayó a la indeseable pero necesaria revisión de cómo está la infancia en Sinaloa siendo el segmento social de más fragilidad cuando los sicarios del narcotráfico chocan entre sí y fulminan primero los viejos códigos de “honor” que antes respetaban la vida de los que nada tenían que ver con el crimen y sus ajustes de cuentas. Hay que sacar del pecho ese grito que ha estado ahogado allí durante meses, para exigirle al Gobierno que al menos se haga responsable de poner a salvo a las niñas y los niños.

Hacerlo, ya, por rescatar a los infantes que forman parte de los ejércitos del crimen. Los que sufren la privación ilegal de la libertad y el secuestro de inocencias propias de los años incipientes. Los que a tan corta edad cargan con la pesada losa de la impotencia al ver sin poder hacer nada que el salvajismo colapsa los pilares de la familia. A los que en la víspera de la fiesta infantil que a ellos les resulta consternación, volvieron a salir a las calles a preguntar dónde están sus desaparecidos.

No nos quiten a nuestros niños,

a través de la violencia cruel,

Ni con esos malignos guiños,

De la narcoguerra sin cuartel.

Para cualquier estrategia militar o policial de contención de violencia de alto impacto significan derrotas evidentes las situaciones como la que ocurrió cerca en una escuela de la colonia Emiliano Zapata de Culiacán, con suspensiones de clases en otros tres planteles educativos aledaños, debido a que durante cinco días permaneció en el lugar una camioneta que contenía explosivos y nadie de la fuerza pública atendía el peligro porque el personal especializado se hallaba ocupado en operativos de inhabilitación de bombas en otras zonas del estado. No le salga con esto a la gente General Óscar Rentería Schazarino, Secretario de Seguridad Pública de Sinaloa, porque se le enchinará la piel al conocer tan tremendas carencias y descuidos del sistema de protección ciudadana.