El regreso de lo rancio vestido con ropa nueva

Isaac Aranguré
29 julio 2025

En los pasillos de las secundarias y los ecos digitales de TikTok, algo antiguo ha despertado, no lleva uniforme militar ni alza la voz en plazas públicas, no todavía, pero murmura con la firmeza de lo familiar. Es el retorno del padre ausente, no el biológico, sino el simbólico, el orden severo, el control, la nostalgia por estructuras que prometen sentido y jerarquía. Entre los jóvenes, especialmente varones, crece una nueva forma de “rebeldía”, no contra el sistema, sino contra el progreso.

Donde ayer ondeaba la bandera del cambio, hoy muchos chicos alzan la del rechazo. Rechazo al feminismo, a los discursos de derechos, al lenguaje de la diversidad, en su lugar, rescatan ideas viejas vestidas con ropa nueva, “el hombre es proveedor”, “el feminismo exagera”, “la violencia de género es un invento ideológico”. No es caricatura, es estadística: el 23 por ciento de los jóvenes varones en España cree que la violencia de género no existe; entre las mujeres, una de cada ocho comparte esa creencia.

Los profesores lo ven en las aulas: chicos que hablan bien de Franco, de Hitler, que niegan el machismo, que consumen memes misóginos como quien bebe agua; en un reportaje de El País, docentes describen esta “ola de extrema derecha” con asombro y temor: “nunca pensamos que tendríamos que explicar que los derechos humanos no son ideología”.

Pero ¿de dónde surge este retorno conservador? ¿Es una simple reacción o el síntoma de un vacío más profundo?

En Estados Unidos, miles de jóvenes, ahora mujeres, promueven en redes una vida “tradwife”: esposas tradicionales, madres a tiempo completo, sumisas y devotas. “Menos feminismo, más bebés”, claman en cuentas de TikTok e Instagram. Sin darse cuenta que los feminismos lo que buscan para estas y las demás chicas es la oportunidad de elegir, ellas deciden sumarse a lo que The New York Times llamó una nueva ola de jóvenes conservadoras, y es tan viral como peligrosa, porque no es sólo ideología, es estética. El conservadurismo ya no habla sólo con discursos, habla con filtros cálidos, casas ordenadas, cuerpos hegemónicos y roles definidos, no promete libertad, promete certidumbre y en un mundo lleno de ruido, la certidumbre es una droga poderosa.

Esta reacción conservadora se alimenta del agotamiento, muchos jóvenes nacieron ya en la era de los derechos, no vieron marchas reprimidas ni leyes que negaban el voto o el acceso a educación, para ellos, la igualdad es un paisaje dado, no una conquista. Crecieron en hogares rotos, en economías inciertas, en guerras culturales sin fin, y en ese vértigo, los conservadores ofrecen algo radical, la ilusión de que todo puede volver a su lugar.

Como si ese lugar fuese uno del que debamos sentirnos orgullosos, como si después de una revisión histórica estricta, no fuésemos capaces de que ese lugar está lleno de lecciones aprendidas, no aprendidas, y que urge reconocer para no repetir.

Las redes sociales son el caldo perfecto, allí circulan los discursos de la “machosfera”, comunidades antifeministas donde se mezclan teorías conspirativas, pseudo-psicología y odio camuflado de lógica y verdad, así como la del “Chicharito”, y por eso se vuelve tan peligroso que personajes como él, con ese alcance, se limiten a repetir estas ideas en búsqueda de vigencia. Un estudio reciente muestra cómo estos espacios no sólo niegan el feminismo, sino que son puentes hacia la extrema derecha digital. El algoritmo no educa, radicaliza.

Y así, en vez de crear un mundo nuevo, muchos jóvenes claman por restaurar uno viejo, rancio, vergonzoso, creyendo que fue brillante pero ese mundo no existió como lo imaginan, fue brutal, violento, desigual. Ahora lo recuerdan editado, como una foto en sepia sin gritos ni golpes, como si fuera más fácil obedecer que dialogar, más cómodo mandar que negociar.

Mientras tanto, por fortuna todavía la mayoría de las chicas se organizan, en las mismas encuestas donde ellos niegan la violencia de género, ellas responden con cifras opuestas. La brecha ideológica entre hombres y mujeres jóvenes nunca había sido tan grande, ellas sostienen las causas que ellos abandonan, es como si el Siglo 21 se partiera en dos mitades que duermen en la misma cama.

¿Qué hacer ante este giro? Tal vez primero, escuchar, no justificar, pero sí entender, los jóvenes no nacen reaccionarios; se hacen así en respuesta a vacíos, a silencios, a promesas rotas. La igualdad, si se convierte en sermón, pierde su música, necesitamos nuevas narrativas, no sólo más discursos, necesitamos ritos que hablen de comunidad, justicia, ternura y contradicción, hacer del futuro algo deseable, no sólo justo.

Porque si no lo hacemos, volverán los padres simbólicos, los regímenes autoritarios, las dictaduras, los que imponen castigo, orden, obediencia, volverán no como padres protectores, sino como sombras, como reyes, como emperadores, para que se instauren de nueva cuenta los imperios y esta vez no tocarán la puerta, no se anunciarán con tambores de guerra, entrarán por la pantalla.

Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

Es cuanto.