El don de la cardiognosis
Hay personas con una profundidad espiritual que les permite conocer el propio corazón y el corazón ajeno, lo que en términos griegos puede denominarse “cardiognosis”.
Existen muchos pasajes en la Biblia que manifiestan que Jesús poseía en abundancia ese don. En el capítulo 12 del Evangelio de Mateo se comenta que, al sanar a un endemoniado, los fariseos murmuraron en su interior. El versículo 25, afirma: “Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo”.
De igual forma, en Marcos 2, 8, al sanar a un paralítico, se señala: “Y al instante Jesús, conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les dijo: ¿Por qué piensan estas cosas en sus corazones?”.
Bueno, se entiende que Jesús pudiera tener esa virtud; sin embargo, muchas personas sencillas, místicas o espirituales también comparten ese don de conocer lo que hay dentro del corazón. Se trata de una virtud semejante al profundo conocimiento que tienen el papá o la mamá acerca del proceder de sus hijos, pues esa perfecta intimidad les capacita para ver o adivinar lo que les sucede. De hecho, se le puede llamar con toda propiedad paternidad o maternidad espiritual.
Cuando Jorge Mario Bergoglio era rector del Colegio Máximo de San Miguel, en Buenos Aires, asentó Javier Cercas, también le atribuían sus pupilos el don de la cardiognosis: “Te cala, te conoce”, aseguraba uno de aquellos antiguos alumnos refiriéndose a Bergoglio. “Te pesca por lo que no decís, no por lo que decís”.
Yendo un poco más a la médula del asunto, conviene cuestionarnos qué tanto conocemos nuestro corazón, porque con las múltiples superficialidades y banalidades con que nos atrapa el mundo actual resulta fácil equivocar el camino.
¿Conozco mi corazón? ¿Practico la interioridad y espiritualidad, o permanezco en la exterioridad y superficialidad?